miércoles, 16 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 30

Paula le señaló el plato.


–Bien. Y ahora que ya hemos aclarado ese asunto, ¿Por qué no te comes el trozo de tarta? Creo que lo necesitas. ¿Mucho que hacer esta mañana?


–Sí, la verdad es que ha sido una mañana ajetreada. Y, aunque tiene un aspecto delicioso, perdona, pero yo no como dulce.


Paula ladeó la cabeza.


–Es una pena. Pero esto no es un pastel, sino una tarta de frutas hecha por mí esta misma mañana.


Paula se levantó de la silla, indicó los hornos, y luego se sentó en una esquina de la mesa con los brazos cruzados.


–Es la especialidad de la casa. Y nadie se va de aquí sin probar lo que yo hago. Incluido tú, Pedro Alfonso.


Lo que Paula no había imaginado que ocurriera era que Pedro le agarrara las muñecas y se las besara antes de soltarlas con una sonrisa traviesa. Descruzó los brazos y agarró la taza de café mientras él, después de lanzarle una mirada de exasperación, agarrara el tenedor y lo hincara en la tarta. No pudo apartar los ojos de él mientras se metía un bocado en la boca. Quería ver la reacción de Pedro al probar la mezcla de la almendra y la pera. Éste cerró los ojos un instante; después, masticó. Volvió a cortar un trozo de tarta con el tenedor, lo agarró con la mano y se lo metió en la boca. ¡Sí, sí, le había gustado! La miraba a los ojos.


–Mmmm –murmuró Pedro antes de acabarse el café–. No está nada mal. En realidad está muy buena. ¿Dónde has aprendido a hacer repostería?


–Aquí y allá. Acabé el aprendizaje con Valeria Cagoni, después de que tú me despidieras. Luego, si quieres, puedes echar un ojo a mi página web.


Pedro clavó los ojos en el dedo anular de ella y luego volvió a posarlos en su rostro.


–¿No estás casada? ¿O eres demasiado rebelde para llevar anillo de casada?


–Ni estoy casada, ni tengo novio, ni salgo con nadie ni nada. ¿De dónde voy a sacar tiempo para todo eso?


–Si quisieras lo sacarías –respondió él en tono desafiante.


¿Si quisiera? Sí, claro que quería. Pero tenía que ser con un hombre con el que se compenetrara. Y eso era muy difícil.


–No es una de mis prioridades en este momento –mintió ella.


Pero, a juzgar por la sonrisa de autosatisfacción de Pedro, sus palabras no habían logrado convencerlo. ¡Maldición! Había caído en la trampa que él le había tendido.


–Así que la vida es toda trabajo para la encantadora señorita Chaves. No parece muy divertido.


–¿Me vas a decir que tu vida es una continua fiesta, que no tienes que trabajar?


Maldito ese hombre por sacarla de quicio.


–Yo no he dicho eso –respondió Pedro, que al momento volvió la cabeza en dirección a la puerta y vió a una pareja con bolsas de compras empujando un cochecito con un niño.


Paula no podía moverse. La atmósfera entre ellos se había tornado eléctrica. Era como si un imán los atrajera.


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