viernes, 11 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 19

 –¿Cómo te la vas a llevar de aquí? –le preguntó Paula en voz baja.


–No te preocupes por eso –le espetó Pedro–. La cuestión es sacarla de aquí antes de que se ponga en evidencia.


Paula sonrió a la encantadora mujer apoyada en el lavavajillas mientras mordisqueaba delicadamente tarta de limón al margen de la conversación.


–¿Por qué? La fiesta es en su honor, por su obra. ¿Es que no le está permitido divertirse en un día tan señalado?


–No en presencia de esta gente. Cualquier excusa es buena para criticarnos y vender las fotos al mejor postor. A mí me conocen bien. Lo último que necesito es una escena. No, de ninguna manera.


–A tí, te conocen a tí.


Paula se lo quedó mirando con la boca abierta y luego, con incredulidad, sacudió la cabeza antes de añadir:


–Qué tonta he sido. Creía que te preocupaba que tu madre hiciera el ridículo la noche de la inauguración de la exposición; sin embargo, lo único que te preocupa es no ponerte en evidencia delante de los periodistas. Tú y tu imagen es lo único que te importa.


–No sabes lo que dices –murmuró él.


Y Paula vió algo duro y doloroso en esos ojos azules que echaban chispas.


–¿Que no lo sé? Yo que tú no apostaría por ello. Sé mucho sobre los hombres a los que, más que nada, les importa su imagen.


Paula sintió subirle un intenso rubor por la garganta, pero no podía evitarlo. ¿Cuántas veces había utilizado su padre esa misma expresión?: «Lo último que necesito es una escena». ¿Cuántas veces le había acompañado a galas y fiesta temiendo hablar o moverse porque su padre le había dado órdenes estrictas de no abrir la boca y pasar desapercibida?: «No digas nada. No me pongas en evidencia. A nadie le gusta la gente que se empeña en destacar. Y jamás, jamás, hagas algo de lo que yo pueda avergonzarme». Cualquier cosa que su familia hacía era de cara al exterior y no se permitía que nadie viera un solo fallo en su perfectamente estudiada y trabajada imagen. Su padre había sido un tirano, un perdonavidas y un mentiroso. Un auténtico fraude. Y, en esos momentos, el comportamiento de Pedro era igual que el de su padre. Estaba tan enfadada que le daban ganas de pegarle. Se clavó las uñas en las palmas de las manos mientras trataba de contener el deseo de abrir la puerta de la cocina y dejar a Rob a solas con su problema.


–Esta tarta está buenísima. ¿Queda algún trozo más?


¡Ana!


El sentimiento de culpa ocupó el lugar de su desdén por Pedro y la hizo pensar en la encantadora mujer que necesitaba su ayuda. Se le despejó la cabeza al instante. Lo importante era Ana, no Pedro.


–Sí, claro –respondió Paula–. De hecho, ahora voy a ir a mi pastelería. ¿Quieres acompañarme? Después te puedo llevar al hotel si quieres, cuando te encuentres mejor.


–Qué buena idea –respondió Ana antes de agarrar una copa que había encima del lavavajillas–. Tengo la copa vacía.


–No te preocupes, en la pastelería tengo un café y un té estupendos. Y cuando vuelvas al hotel, tu hijo… Te preparará una taza de chocolate caliente. ¿Qué te parece el plan?


Ana logró ponerse en pie, aunque con dificultad, y extendió un brazo.


–Entonces, vámonos ya.


–Yo también voy.


–No, no puedes. En la cabina de la furgoneta solo hay asiento para dos, y Ana va a ocupar el asiento contiguo al del conductor.


Pedro lanzó un gruñido y despidió con la mano a su madre, que estaba sentada en la furgoneta con el cinturón de seguridad abrochado y la mirada perdida en el callejón de la parte de atrás de la galería.


–En ese caso, lleva a mi madre directamente al hotel. Yo las seguiré en un taxi.

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