viernes, 11 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 20

Paula respiró hondo; después, alzó la barbilla y, con gesto desafiante, se inclinó hacia Pedro para decirle entre dientes:


–¿Y dejar que Ana se caiga al salir de la furgoneta delante de los fotógrafos a la entrada del hotel? Has tenido una idea genial. Pero no, de ninguna de las maneras. Tu madre necesita descansar un par de horas para recuperarse antes de volver al hotel –Paula volvió a tomar aire–. Sofia está en China, así que dispongo de una habitación libre que tu madre puede utilizar si quiere. ¿Algo más?


Pedro se acercó a ella, sus cuerpos casi tocándose.


–Mi madre es responsabilidad mía, no tuya.


Paula lo miró fijamente con ojos entrecerrados.


–Vamos a dejar clara una cosa: Hago esto por Ana, no por tí. Abusón.


–Vamos a dejar una cosa clara: No voy a perder de vista a mi madre. Secuestradora.


Se quedaron mirándose, en silencio, envueltos en una tensión casi palpable. Y en esa situación, a Paula se le ocurrió una idea genial. Necesitaba un cocinero que sustituyera a Valeria Cagoni en la gala de recaudación de fondos, y Pedro necesitaba que le llevara en su furgoneta. ¿Y si los dos hacían un intercambio de favores? Respiró hondo y soltó el aire lentamente por la nariz.


–Quizá me dejaría convencer para llevarte en la parte de atrás de la furgoneta. Ya sé que no es el transporte al que estás acostumbrado, pero es lo que hay.


–¿En la parte de atrás de la furgoneta?


Paula asintió.


–El sábado por la tarde va a tener lugar una gala de recaudación de fondos en la escuela de cocina a la que fuimos los dos. La famosa cocinera que iba a asistir a la gala no puede ir por motivos personales, así que necesito un sustituto. Supongo que servirás… Ya que no dispongo de mucho tiempo para buscar a nadie más. ¿O prefieres ir en taxi?


Pedro arrugó la nariz. Quizá aún le quedara algo de sentido del humor.


–Una gala. Nada más.


–Nada más –Paula sonrió–. Vamos, sube.




–Bueno, por lo que Sebastián me ha contado, Pedro fue hasta la pastelería acurrucado al fondo de la parte trasera de la furgoneta y tú doblabas las esquinas a la mayor velocidad posible con el fin de marearle un poco –Sofía rió por el teléfono–. ¿No te da vergüenza, Pau? Aunque confieso que me habría encantado verlo.


–Yo no le daría tanta importancia –respondió Paula con el auricular entre su hombro y la oreja–. Cualquier tintorería que se precie podría quitarle las manchas a sus pantalones. Sin embargo, admito que las manchas de chocolate y nata son muy malas para la lana cachemira.


–¡Y qué me dices de la salsa de soja en la seda! –Sofía se echó a reír y Paula imaginó a su amiga secándose las lágrimas de los ojos–. Pero hay una cosa que no le he contado a Sebas, y es que fue Pedro el cocinero que te despidió cuando estabas trabajando como aprendiz. He mantenido el secreto, como me pediste que hiciera. De todos modos, teniendo en cuenta que has conseguido que acepte ir como cocinero invitado a la fiesta de recaudación de fondos en el hotel Alfonso, supongo que te darás por satisfecha.


–¿Que me daré por satisfecha? No, de ninguna manera. Pedro Alfonso va a pagar caro lo que me hizo. Un trayecto de veinte minutos en la parte trasera de una furgoneta no es lo mismo que despedir a una persona por algo que esa persona no hizo. Creo que le voy a hacer sufrir un poco más –Paula dejó la cuchara y agarró el teléfono con la mano–. ¿Crees que eso me convierte en una mala persona? Porque no me gustaría que ese hombre me transformara en una bruja.


–Tienes razón, parecer una bruja ya no está de moda. Y no te preocupes, lo único que quieres es que el chico pague por haberte despedido sin razón. Y el que perdió fue él. Lo comprendo perfectamente. Te quieres vengar y se te ha presentado la oportunidad, aprovéchala y pásatelo bien. Y ahora, tengo que dejarte. Te enviaré un mensaje electrónico luego. Adiós.


Paula colgó el teléfono y recordó el momento en el que había encontrado a Pedro Alfonso sentado a su lado y lo que él la había hecho sentir.


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