lunes, 28 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 54

Pedro la reafirmó en su abrazo, profundizando el beso hasta quitarle el sentido, hasta hacerla desear que nunca, nunca parase.


–Lo único que tienes que hacer es decir que sí –le susurró él junto a la boca.


Paula consiguió asentir y Pedro le recompensó con el beso más dulce, más tierno y más susurrante que le habían dado en la vida.


–Irresistible. Pero se está haciendo tarde para dos personas como nosotros que mañana tienen que madrugar.


Pedro la soltó y dió un paso hacia atrás. Poco a poco, ella recuperó el ritmo normal de la respiración.


–Como la galería cierra los domingos, mi madre va a pasar el día con sus amigas. ¿Qué te parece si me paso por tu pastelería por la mañana? Te prometo que nos vamos a divertir.


Paula asintió y él le besó la nariz.


–Por favor, trata de no besar a nadie más entre esta noche y mañana.





¿Qué hacía ahí toda esa gente a las once de la mañana de un domingo? Pedro se abrió paso entre las mujeres con cochecitos de niño que ocupaban las mesas de una conocida cadena de cafés en la calle manteniendo baja la cabeza por si alguien lo reconocía. La calle estaba llena de parejas del brazo, hombres corriendo, ciclistas enfundados en lycra, personas mayores con periódicos en la mano… Una calle típicamente londinense. Una queda carcajada escapó de su garganta y sonrió a una anciana que miraba el escaparate de una librería. La mujer le había reconocido por la foto del póster que anunciaba su último libro de cocina. Después, la mujer sacudió la cabeza y encogió los hombros. No, debió parecerle ridículo, no podía ser. No le extrañó que la mujer pensara que no había motivo alguno por el que Pedro Alfonso estuviera caminando por una calle de Londres un domingo por la mañana.


Pedro tenía por costumbre tomarse libre los domingos por la mañana, un descanso bien merecido después del ajetreo del restaurante los sábados por la noche. Mucho tiempo atrás, solía volver a su casa a altas horas de la madrugada con alguna mujer despampanante y el nombre de ella escrito en el reverso de la mano con carmín de labios. Cuando lograba salir de su estupor, ella ya había desaparecido y también su nombre. A los de la prensa del corazón les costaría creer que, durante los últimos años, parte de la mañana de los domingos estaba demasiado cansado para hacer otra cosa que no fuera leer el periódico en la terraza de su ático con vistas al mar. El resto de la mañana lo pasaba entre papeleos, llamadas telefónicas y mensajes electrónicos; después, se iba a la playa a almorzar con su madre. Esa era su rutina y le gustaba. Unas horas de descanso antes de empezar la semana siguiente. ¿Una semana en un solo sitio? Imposible. La última vez que eso le había ocurrido se había debido a que se había desatado un contagio por un virus en el hotel Alfonso de Chicago y había tenido que ir allí a solucionar el problema. Por lo tanto, pasar una semana entera en Londres era algo realmente fuera de lo normal. Tenía reuniones con su padre y con Sebastián para hablar de los proyectos de expansión del negocio, pero esa no era la verdadera razón. En el momento que invitaron a su madre a estar presente en la inauguración de la exposición, él se había dejado tres días libres para estar con ella. Aquella era quizá la exposición más importante de su madre y era imprescindible que él la ayudara.

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