domingo, 13 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 25

 –Vamos, Carla, sabes perfectamente que no es una cuestión de dinero. Hasta el último céntimo de lo que he ganado con los programas de televisión ha acabado en la cuenta bancaria de mi madre.


–Y la última vez que le eché un ojo, el plan de inversiones que preparamos para ella iba muy bien y le estaba dando los suficientes ingresos para cubrir esos carísimos ataques de compras que le dan. Pero ¿Cuánto va a durar ese dinero? Por el momento, eres noticia. Pero una vez que te metas en una cocina, la gente dirigirá la atención a otro cocinero y Pedro Alfonso dejará de ser el hombre de moda. Y no me mires así porque no soy la única que lo piensa. Hasta el momento, se han puesto en contacto conmigo tres empresas televisivas especializadas en documentales. Las tres quieren la exclusiva de un documental sobre el verdadero Pedro Alfonso. Y si no cooperas, harán el documental de todos modos, pero sin tu participación. Eso es lo que hay.


Se hizo un breve silencio. Por fin, Pedro respondió en voz baja:


–¿Quieres decir que alguien va a escribir la historia de mi vida sin pedirme permiso?


–Sí. Por eso deberías pensártelo. Ya sabes lo que pasará si lo hacen por su cuenta, que sacarán a relucir lo que tanto nos ha costado evitar que saliera a la luz.


Pedro se levantó del sofá y, sumamente tenso, se acercó al ventanal.


–Mi madre no lo soportaría. Le llevó meses salir de la última depresión y yo no puedo obligarla a que se medique mientras está pintando. Es ella quien tiene que decidir, eso es lo acordado.


–En ese caso, cuenta tú lo que pasó, a tu manera, antes de que lo haga otro.


–¿Que cuente mi vida? ¿Crees que a la gente le interesan los duros años que pasé en cocinas de hoteles? No hay nada espectacular en eso.


Pedro movió los hombros para liberar la tensión y añadió:


–Hablando de todo un poco, tengo una cita con una pastelera y algo me dice que es mejor no llegar tarde.


Carla tosió y lo miró por encima de las gafas.


–¿Una pastelera? ¿Hoy? Creía que ibas a pasar el día en la galería con Ana.


–Te lo explicaré luego, Carla… Si sobrevivo.




Era media mañana cuando Pedro cruzó la puerta del café de Paula. Y casi se dió media vuelta y volvió a salir. Porque acababa de entrar en lo que parecía una fiesta infantil, con gritos y chillidos, música y un grupo de niños de unos tres años moviendo las caderas de un lado a otro y agitando las manos en el aire mientras una chica, la mismísima Paula Chaves, dirigía el baile con una gran cuchara de madera a modo de batuta. Llevaba pantalones anchos azul marino y una camiseta con estampado de flores; por encima, un delantal con un pastel estampado. Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo y una cinta de pelo azul marino y blanca que hacía destacar su rostro ovalado sin nada de maquillaje y sorprendentemente bonito. ¿Ese era el lugar que a la novia de Sebastián, Sofía, tanto le gustaba? ¡Había sobrevivido a aperturas de restaurantes mucho más silenciosas y tranquilas que aquello! Después de una semana de noventa horas de trabajo y varios vuelos internacionales verse ahí metido era el colmo. Su trabajo consistía en ganar dinero para que su madre jamás tuviera que volver a preocuparse por no tener un céntimo en el banco. Y él no sabía negarle nada. Su madre era la única mujer en el mundo a quien él había prometido cuidar siempre.

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