viernes, 25 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 48

Admiraba a Paula por hacerle cambiar de rutina y no exigirle representar su papel de famoso. De hecho, le gustaba más de lo que debía. Quizá se debiera en parte a haber vuelto al hotel Alfonso y luego a la escuela de artes culinarias, pero no estaba seguro de por qué se sentía tan a gusto con ella como para haberle contado su vida. Nunca hablaba de su vida íntima, ni con los periodistas ni con los desconocidos. Era demasiado arriesgado, podía acabar en manos de alguien trabajando en algún periódico o revista sin escrúpulos y Carla tendría que pagar para evitar que se publicara. ¿Por qué lo había hecho con Paula? ¿Podía fiarse de ella? Sofía era una chica muy especial y su hermano, Sebastián, la adoraba. Pero Paula era muy diferente. Era lista, ingeniosa y, por lo que había visto hasta el momento, se le daban muy bien los negocios. Con una vida dedicada a la hostelería, se preciaba de saber juzgar a la gente y el instinto le gritaba que era una mujer de fiar, sin amargura ni segundas intenciones. Y, sin embargo, notaba cierta tristeza bajo la encantadora apariencia de Paula.


Pedro sabía lo que era la tristeza, pero le sorprendía verla en el semblante de Paula cuando la observaba sin que ella se diera cuenta. Lo extraño era que eso la hacía más atractiva. El corazón le palpitaba con fuerza cuando se acercó al frigorífico por la leche. Respiró hondo para recuperar la compostura. Estaba perdiendo el control solo con mirarla. Hacía mucho tiempo que no deseaba tanto a una mujer. Ella seguía masticando, ensimismada, mientras él fingía cambiar de un lado a otro los escasos enseres que había en el enorme frigorífico. ¿Era algo así tener a alguien que te quisiera y con quien uno quisiera estar permanentemente? Apenas hacía unos días que conocía a esa mujer y la conexión que sentía con ella era… ¿Cómo era? ¿Se trataba solo de un capricho? No, por Paula sentía más que pura atracción física. En unos pocos días volvería a su vida normal al otro lado del Atlántico, se alquilaría ese apartamento y su estancia allí sería un recuerdo. Si eso era lo que Paula hacía con los bizcochos, ¿Qué haría en la cama? Desnuda, entregada al placer de las caricias de él. De repente, Pedro tuvo motivos para querer meter la cabeza en el congelador.


–Si te apetece, tengo vino blanco –dijo Pedro alzando la botella que el sumiller había hecho subir–. ¿O prefieres un oporto de veinte años?


–No, gracias. Mañana tengo que levantarme temprano y no quiero empezar el día con resaca. Además, estoy cansada.


Pedro, boquiabierto, cerró la puerta del frigorífico.


–¿Vas a trabajar en domingo?


–Naturalmente. Una de mis clientas habituales celebra mañana sus cincuenta años de casada y le he prometido una tarta. La tengo que tener lista para el mediodía.


Tras esa respuesta, Paula mojó el bizcocho en el café, se levantó del taburete y, con rapidez, le acercó el bizcocho a la boca. Él, sin pensar, bajó la cabeza y cerró los labios sobre los dedos de ella. El dulce y cálido sabor de las almendras estalló en su boca. Estaba delicioso. Fue uno de esos momentos en los que la comida, la compañía y el lugar se quedarían fijos en su mente durante el resto de su vida. Sabía que, cada vez que volviera a tomar bizcocho en el futuro, recordaría la imagen de Paula en ese momento. Ella tenía el rostro enrojecido, los labios encarnados y los ojos le brillaban mientras lo miraba fijamente. Se hizo un profundo silencio.

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