viernes, 18 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 33

Pedro quería mucho a su madre. Paula respiró hondo mientras pensaba que, a lo mejor, había cometido un tremendo error. Lanzó una rápida mirada en dirección a la terraza y, viéndolo charlando cariñosamente con su madre, se tragó un momento de profunda humillación. Se había equivocado. La noche anterior, a Pedro no le había preocupada su propia credibilidad y reputación. Pedro había intentado por todos los medios proteger a su madre, no a sí mismo. Por eso era por lo que le había preocupado ir al hotel. Le había dado miedo que su madre, al salir del coche medio drogada, se tropezara o se cayera y se pusiera en evidencia delante de periodistas y fotógrafos. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Cuando vió a Pedro Alfonso en la galería de arte, solo había visto al hombre que la había tratado tan injustamente en el pasado. Pero ¿Y el resto? Habladurías. Chismes sobre las conquistas de él y de cómo había dejado a Rosario. Un frío escalofrío le recorrió el cuerpo. Era una estúpida. No, peor que eso. Había permitido que lo sucedido en el pasado le obnubilase el entendimiento. Y eso no solo era injusto, sino un verdadero error. Estúpida, estúpida, estúpida. Había hecho justo lo que se había prometido a sí misma no hacer nunca: juzgar a la gente basándose en el pasado. Pero era lo suficientemente mujer para reconocerlo y poner remedio. En ese mismo momento.


–Pedro –Paula sonrió y se acercó a la terraza–. ¿Te importaría venir un momento? Tú ya has escrito libros de cocina y yo estoy escribiendo el primero. ¿Te acuerdas de Ian? Este hombre tan valiente ha aceptado el desafío de fotografiar mis tartas y pasteles para el libro. ¡Bienvenido a la sesión fotográfica!


En medio de una mesa cubierta con un mantel blanco había una tarta. La tarta tenía la forma de un coche de carreras que Pedro recordaba vagamente haber visto en el póster de una película de dibujos animados para niños unos meses atrás. La larga y achatada carrocería del coche estaba cubierta con una capa de azúcar color rojo cruzada por una franja blanca vertical.  Las ruedas eran discos blancos. La tarta era tan realista que podía ser confundida fácilmente por un coche de juguete, si se ignoraban los diminutos caramelos que hacían de faros y el volante de regaliz. Una tarta perfecta para un niño aficionado a los coches. Era excepcional. Pedro se acercó y asintió en dirección a Diego, que dejó de ajustar el foco de la cámara sobre un trípode para avanzar unos pasos y darle la mano.


–Encantado de conocerte, Pedro. Ana me ha hablado mucho de tí.


–¿Sí? –Pedro lanzó una fugaz mirada a su madre, que estaba charlando con Paula y comiendo cruasanes. «Lo extraño es que ella no me ha dicho ni una palabra sobre tí»–. Por cierto, felicidades por el catálogo de la exposición. Todas las personas con las que hablé anoche me dijeron que les había encantado.


–Me alegro –Diego sacudió la cabeza–. La verdad es que no esperaba encontrarme a Ana aquí esta mañana al venir a ayudar a Paula a preparar el libro de cocina que está escribiendo con fines benéficos. ¿Te interesa la fotografía de recetas de cocina, Pedro?


–¿A mí? No, en absoluto. Eso lo dejo para los profesionales. Yo me limito a cocinar, son los estilistas y los fotógrafos los que se encargan del diseño del libro.


Pedro paseó una rápida mirada por la estancia y tomó nota del alto techo y de la cantidad de luz que entraba por la claraboya y los ventanales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario