lunes, 21 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 40

 –¿Está permitido ir por aquí?


–Calla. Necesito que se me despeje la cabeza y la entrada principal está demasiado lejos. ¿No te apetece un paseo?


Paula clavó los ojos en el letrero de madera en el que se leía con grandes letras: No pisar el césped. Se llenó los pulmones de aire, se agarró con fuerza al brazo de Pedro y salvó la baja valla de madera pintada de blanco que separaba el césped del parque de la acera. Solo les llevó un minutos cruzar el césped y salir al camino, pero el corazón le latía con fuerza cuando pusieron los pies en el asfalto.


–Te gusta saltarte las reglas, ¿Verdad? –comentó Pedro.


–No es algo que haga con frecuencia, pero hace una noche preciosa y necesito refrescarme las ideas. ¿Qué te parece si damos un paseo por el parque? Hacía años que no venía por aquí.


Hacía una noche maravillosa y Pedro Alfonso estaba para comérselo. Y olía de maravilla. Su traicionero corazón aún no se había acostumbrado a caminar del brazo de ese hombre deslumbrante que charlaba animadamente con ella como si fueran viejos amigos. De vez en cuando, Paula lanzaba una mirada a Pedro para asegurarse de que no estaba alucinando, que estaba con el mismo hombre que gritaba a sus empleados y salía en televisión. La arrogancia de él había desaparecido, en esos momentos era un hombre encantador que, según acababa de enterarse, era el responsable de dar un empujón a su carrera profesional y de que hubiera trabajado con la mejor repostera de Londres. Y la transformación la tenía perpleja.


–Diego me ha hablado del libro que estás escribiendo con recetas de tartas de cumpleaños. Me gusta la idea. Puede estar muy bien.


–Sí, eso creo yo también. Mi café está en mitad de una calle principal y, en la actualidad, los padres no tienen tiempo ni tampoco saben preparar tartas de cumpleaños, así que me hacen muchos pedidos. Y también recibo pedidos para los cumpleaños de abuelos e incluso de bisabuelos.


–¿En serio? –Pedro pareció sorprendido.


–Sí, completamente en serio. Por eso he formado un club en el que enseño a hacer tartas a adultos, para que puedan preparar las de los cumpleaños familiares.


–Te gusta mucho la repostería, ¿Verdad?


–Más de lo que me imaginaba –respondió Paula con una sonrisa–. Hasta la fecha, he hecho ocho versiones de esa tarta en forma de coche de carreras, para chicos de cuatro a ochenta y cuatro años de edad, y le encanta a todo el mundo. Todos somos diferentes. Por ejemplo, la semana que viene, los del club me han pedido que les enseñe a hacer una tarta de cumpleaños de chocolate para una jovencita del club de noventa años. A la jovencita en cuestión le encanta el chocolate.


–Sí, todavía me acuerdo de cuando tenía que hacer repostería y te aseguro que no lo echo de menos en absoluto. Pero dime… – Pedro bajó la cabeza hacia ella y le susurró–: ¿Cómo es posible que una repostera sea tan guapa como tú?


–Muchas gracias por el cumplido. Tú tampoco estás mal.


Pedro se tiró exageradamente de la solapa de la chaqueta al tiempo que esquivaba a unos transeúntes en la concurrida calle del oeste de Londres.


–Será por este viejo traje. Me lo he puesto porque no quería que el alumno estrella de la escuela desmereciera.


Paula le apretó el brazo y lanzó un bufido.

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