lunes, 21 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 37

Paula Chaves, luciendo un vestido de cóctel color lila que la sentaba a la perfección y que dejaba al descubierto sus largas, delgadas y musculosas piernas sobre unos zapatos de tacón alto. Esa noche, Paula representaba el papel de ejecutiva: eficiente, brillante y organizada. Pero él conocía a la verdadera, la mujer que había montado un café y tienda de repostería y lo había transformado en algo especial. Se había entregado por completo a su pasión. ¿Cuándo era la última vez que había visto una mujer así? Por supuesto, conocía a muchas con altos cocientes de inteligencia que aseguraban dedicarse a lo que les gustaba; también, muchas de las reposteras que conocía tenían estudios de contabilidad y administración. Pero poca gente conseguía combinar las dos cosas y montar una repostería de éxito. Ella lo había hecho. Quizá fuera por eso por lo que sentía una especial conexión con la elegante y deslumbrante mujer a la que estaba mirando en ese momento, a pesar de conocerla muy poco. Los dos eran diferentes.


Pedro la vió charlar con los invitados. La oyó hablar en francés y en otro idioma que le pareció ruso. Era comprensible, Paula debía haber estudiado idiomas cuando era ejecutiva. Se acercó al bar con el fin de evitar que le notaran lo mucho que esa mujer le atraía mientras ella seguía hablando y moviéndose con confianza entre tanta gente importante. Y esa confianza en sí misma que Paula exudaba se debía, sin duda alguna, a que había recibido una cara educación. Una educación que le abría puertas. Él, por el contrario, había estudiado en el colegio de su barrio y en una escuela especial que le había aceptado a pesar de tener ficha policial y, prácticamente, ningún título académico cuando pasaba de los diecisiete años de edad. Agarró un vaso de agua mineral con gas y, al darse la vuelta, vió a Paula, con un grupo de chicos de aspecto poco pulido, presentándoselos a uno de los profesores de la escuela de cocina, esforzándose por hacerles sentirse cómodos. Se reprochó el error que había cometido. Paula no era una de esas pasteleras que abrían un café por diversión, por capricho, para divertirse un rato. Era justo lo contrario. Había estudiado. Trabajaba sin cesar. Sabía lo que se hacía. La gente no solía sorprenderlo, pero ella sí. Quizá por eso no podía apartar los ojos de ese rostro encantador… Hasta que ella se dió la vuelta y, del brazo de Sebastián, se acercó al escenario para dar comienzo a la subasta con fines benéficos. Y él continuó mirándole la espalda, y el escote del vestido. ¡Increíble! ¡Deslumbrante! ¡Para morirse! ¿Qué era lo que tenía que hacer? Ah, sí, ir a la cocina a ver qué pasaba con ese menú. Vió a un camarero saliendo de la cocina con una bandeja de canapés. Ya era demasiado tarde, empezaban a servir la comida. Ya no podía aparecer en la cocina y empezar a hacer preguntas sobre el menú ahora que estaban sirviendo los platos. Plan B. Iba a tener que averiguarlo a lo bruto, probando todos y cada uno de los platos. Y mejor que fueran extraordinarios o le iban a tener que dar muchas explicaciones.

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