viernes, 18 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 32

Pedro enderezó los hombros y, tras asentir en dirección a Paula y a Diego, que absortos miraban unas imágenes en la pantalla de un ordenador, salió a la estrecha terraza. Dió un beso a su madre en la cabeza después de que su madre se sonara la nariz.


–¿Cómo te encuentras, mamá? ¿Estás mejor del catarro?


–Sí, bastante mejor. Ahora ya solo es de nariz. ¡He dormido como un lirón! Con un poco de suerte, me encontraré lo suficientemente bien para ir a la galería hoy que se abre la exposición al público. Fue una pena que no me encontrara bien anoche y que tuviera que marcharme tan pronto.


Pedro se agachó y apoyó la barbilla en el hombro de su madre, y los dos se quedaron viendo la vista panorámica de Londres con el Támesis de fondo.


–Dime, ¿Qué has hecho hoy por la mañana?


Quizá fuera mejor no mencionar la noche anterior.


A Pedro se le hizo un nudo en la garganta. Todos los hoteles Alfonso en Londres tenían buenas vistas de la ciudad, pero esa era… Diferente. En cierto modo, aquella terraza le recordaba la casa en la que se había criado con su padre: un balcón de hierro forjado con geranios con vistas a tejados de teja roja y antiguas chimeneas, torres de iglesias y el sonido de las concurridas calles de Londres, autobuses rojos y taxis negros. Lo había echado de menos. Había echado de menos el típico Londres.


–Esta terraza es especial, ¿Verdad? –comentó Pedro.


–Es maravillosa. Tuviste una gran idea al sugerir a tu amiga que me dejara pasar aquí la noche. Porque tengo que confesarte, cariño, que aunque tu hotel es magnífico, este lugar es divino, y Mónica y Paula han sido sumamente amables conmigo. Y el estudio…


Ana se tocó la parte delantera del kimono y a Pedro le sorprendió ver unas lágrimas aflorar a los ojos de su madre.


–Cuando vine a Londres por primera vez tu padre me buscó un estudio muy parecido a este. También estaba en el tercer piso de una vieja casa de piedra que había pertenecido a uno de los impresionistas. Estuve muy a gusto… Durante un tiempo.


Entonces, Ana movió una mano en el aire.


–En fin, eso ya pasó y no merece la pena lamentarse. Es extraño, se me había olvidado lo especial que es esta ciudad.


–¿Londres? Creía que no te gustaba.


-Que no me gustaba? –repitió su madre volviendo la cabeza para mirarlo–. Oh, cariño, no era eso. Lo que pasa es que yo era muy joven e inestable.


Entonces, su madre volvió el rostro de nuevo hacia los tejados y añadió:


–A los dos nos han pasado muchas cosas desde entonces, hijo.


Sí, muchas cosas. Una encantadora sonrisa se dibujó en el rostro de Ana. 


–Este sitio es maravilloso y voy a disfrutarlo todo lo que pueda antes de volver a la galería. Vamos, ve a hablar con Diego. Ese hombre ha hecho milagros con el catálogo y Paula necesita que la ayudes. No te marches sin despedirte de mí. Entretanto, yo voy a disfrutar de esto.


Tras esas palabras, su madre se acomodó en la silla y agarró un pastel. Hacía semanas que Pedro no la veía tan contenta. Quizá debiera agradecer a Paula mucho más de lo que había imaginado al principio.

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