miércoles, 23 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 45

Paula echó el cuerpo hacia atrás para poder mirarlo y vió que Pedro sonreía con una calidez que la cegó. Sintió un intenso calor cuando él bajó el rostro y le acarició la cabeza con la barbilla.


–Siempre a tu servicio.


Paula se dió cuenta de que él esperaba algún tipo de respuesta o gesto por su parte, por lo que alzó la barbilla. Una equivocación. Porque en ese preciso momento, Pedro cambió de postura cuando ella contestaba:


–Gracias –y sintió el aliento de Pedro en la mejilla.


Paula se atrevió a acariciarle el pecho, palpándole los duros músculos. El calor se le agarró al vientre, derritiendo los restos de una fría resistencia. Una joven pareja pasó por su lado, luego un ciclista, pero ella era ajena a todo lo que no fuera la respiración de Pedro, los labios de él en su sien, la barba incipiente de la barbilla en su mejilla… Muy despacio, él la soltó y deslizó las manos por debajo de su propia chaqueta, que ella llevaba echada por los hombros, y le acarició la piel que el escote de la espalda del vestido dejaba al descubierto. La sensación fue inesperada y deliciosa, y respiró hondo. Pedro lo interpretó como gesto de consentimiento. Mientras le acariciaba la espalda, le rozó los labios con la boca en lo que resultó el beso más tierno que había recibido nunca y también el más breve, apenas unos segundos antes de que él apartara el rostro del de ella al tiempo que bajaba las manos. Paula se sintió desolada.



–¿Te apetece un café? Conozco el sitio perfecto.




–Esta vista es espectacular –murmuró Paula desde la terraza del lujoso piso londinense.


–Sí, es extraordinaria.


Paula volvió la cabeza y vió a Pedro, inclinado sobre el mostrador de la zona de cocina mirándola fijamente como si fuera lo más fascinante del mundo. Pero también era una mirada osada, burlona… Por primera vez desde que habían salido del hotel después de la fiesta, se sintió alarmada. ¿Qué estaba haciendo ahí? Se sentía como un pez en una pecera, sin escapatoria posible. Y se había metido ahí por voluntad propia, sin pasársele por la cabeza que quizá debiera protegerse. Y… ¿Por qué exactamente? ¿Había perdido el juicio? Parpadeó mientras intentaba calmarse. Pedro rompió el contacto visual con ella, se acercó a la zona de estar, se quitó la chaqueta y la dejó descuidadamente en el respaldo del sofá. Debajo del fino tejido de la camisa se dibujaban unos pectorales fuertes y musculosos, y la atracción que ella había sentido al lado del parque volvió a aflorar con violencia, haciendo que se le erizara la piel.

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