miércoles, 9 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 11

Y aquel lado de Pedro Alfonso que no había visto nunca la desconcertó. Había hablado con calma y con honestidad. En ese momento, era simplemente un hombre en una galería de arte hablando sobre la obra de una pintora a la que admiraba realmente. ¿Cómo era posible? ¿Tanto había cambiado en los últimos años?


–¿Te definirías tú como un artista, Pedro? El público en general es lo que piensa de tí.


Los ojos de él se agrandaron.


–¡Pauli! A todo cocinero le gustaría creer que lo que sirve en un plato es puro arte. Colores, sabores, texturas. Pero… ¿Artista? No.


Tras una sacudida de cabeza, Pedro arqueó las cejas.


–Me sorprendes, Pauli. No es posible que creas todo lo que lees en los periódicos y revistas. No me digas que vas a desilusionarme.


–Ah. Hay una razón por la que jamás he querido ser famosa: el precio de la fama. Debe ser agotador tener que representar un papel cada vez que aparece uno en público, cuando lo que realmente se quiere es quedarse en casa viendo la televisión con el pijama puesto y una taza de chocolate caliente en la mano.


–¡Maldición! Has descubierto una de mis debilidades.


Entonces, Pedro guardó silencio y se acercó a ella. Demasiado. Le bloqueó la vista, forzándola a fijarse en sus sensuales labios, en el oscuro vello que asomaba por el cuello de su camisa. Alzó la mano derecha y le acarició la mandíbula con la yema de un dedo desde la oreja a la garganta. Fue una caricia leve, tanto que la hizo dudar de que fuera producto de su imaginación. Paula no pudo evitar respirar hondo y entreabrir los labios, traicionándose a sí misma, dejando claro que no era inmune a las caricias de él. Todo lo contrario. Sabía que se le había enrojecido la garganta y el resto del cuerpo. Se sintió humillada. Pedro Alfonso tenía fama de mujeriego y en las cocinas de los hoteles Alfonso se hablaba constantemente de quién había sido la última a la que había seducido y a quién había dejado. Lo había visto con sus propios ojos. Un repentino ataque de atracción sexual no iba a hacerla cambiar de opinión respecto a él. No iba a permitir que su libido la controlase. Paseó la mirada por el rostro de él. A esa distancia notó que los ojos de Pedro no eran simplemente azules, sino una mezcla de tonos de azul que iban del gris al azul cielo. Hipnotizantes. Completa y totalmente hipnotizantes. Y desvergonzados. Porque antes de poder protestar, él le puso la mano en la nuca y bajó la cabeza hasta rozarle la frente con la punta de la nariz, echándole el aliento en la cara. Sin pedir permiso, le puso la otra mano en la espalda, sujetándola. Los labios de Pedro temblaron y se abrieron. Iba a besarla. Instintivamente, Paula se pasó la lengua por los resecos labios. Pero, en ese instante, le vió sonreír otra vez. ¡Maldición! Había caído en la trampa.


–¿Qué haces? –preguntó ella al tiempo que alzaba las manos para apartarle de sí–. No tienes vergüenza. ¿Es que no descansas nunca? Por favor, no intentes coquetear conmigo.


Pedro bajó las manos, se levantó del banco y, cuando habló, lo hizo mirándola de arriba abajo.


–No quería desconcertarte actuando de una manera diferente a como se espera que actúe. No creo que tus lectores lo comprendiesen. Además, quién sabe… Podrías llegar a pensar que estoy aquí porque me gusta el arte y he aprovechado una tarde libre para ver una exposición.

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