miércoles, 16 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 27

Paula respiró hondo y volvió a la cafetera, murmurando algo ininteligible.


–Perdona –dijo Pedro alzando las manos–. Estoy tan acostumbrado a entrar en las cocinas de otros que me he olvidado de mis modales.


–Bien, espero que no lo olvides en la fiesta de recaudación de fondos –dijo Paula señalándole con la cuchara del café–. La idea es recaudar fondos para dar becas a gente que quiera estudiar en la escuela de cocina, no espantar a los patrocinadores.


–Eh, sé comportarme civilizadamente cuando la ocasión lo requiere –respondió Pedro con una dulce sonrisa.


–Me alegra saberlo –Paula suspiró y se acercó a la mesa con una bandeja en la que llevaba dos tazas de café que olían maravillosamente.


Paula dejó la bandeja en la mesa y luego ocupó la silla opuesta a la de él. Pedro bebió el oscuro y caliente líquido. Justo como a él le gustaba. Perfecto.


–Un café excelente. Ah, quería darte las gracias por ayudarme con mi madre ayer. Has sido muy generosa –dijo Pedro–. Te lo agradezco sinceramente.


–No tiene importancia. Ana no me causó ningún problema.


Tras un quedo gruñido, Pedro dejó la taza en la mesa, cruzó los brazos y se recostó en el respaldo del asiento.


–No tienes muy buena opinión de mí, ¿Verdad? –dijo Pedro inesperadamente–. Por favor, explícame por qué.


Paula parpadeó varias veces, bebió un sorbo de café y miró a Pedro, que la miraba fijamente.


–Anoche no era la primera vez que nos veíamos, como bien sospechabas. Hace tres años fui una de las estudiantes a las que concedieron trabajo de prácticas en la cocina de uno de los hoteles Alfonso aquí, en Londres. Una noche estabas sentado a la mesa con unos invitados tuyos y… Me despediste. Me pusiste de patitas en la calle.


Paula entrelazó los dedos alrededor de su taza de café y Pedro pudo verle los nudillos casi blancos debido a la fuerza con que agarraba la taza. También notó temblor en la voz de ella.


–¿Te acuerdas de la jefa de repostería, Rosario? Aquella noche, apenas podía tenerse en pie de lo borracha que estaba, así que mucho menos cocinar. Fue Rosario quien preparó los postres, pero a quien le echaste la culpa fue a mí y a quien despediste fue a mí, no a ella.


Paula hizo una pausa y alzó la barbilla con gesto desafiante antes de añadir:


–Todo el mundo sabía que, por aquel tiempo, te estabas acostando con Rosario, así que no es de extrañar que no la despidieras, a pesar de ser la responsable de aquel desastre. Así que tuve que marcharme y ella se quedó. ¿Lo comprendes ahora, Pedro?


Pedro consideró las amargas palabras pronunciadas por la bonita chica sentada frente a él. Sí, se acordaba de Rosario muy bien. Repentinamente, sintió arrepentimiento y desilusión. Sus reglas eran muy sencillas y fáciles de recordar: Podían divertirse y, mientras la relación durase, él sería fiel; después, cuando se acabara, se separarían y cada uno iría por su lado. Así había sido siempre y lo dejaba muy claro desde el principio cuando salía con una mujer. O lo tomaba o lo dejaba. Blanco o negro. La relación con Rosario se había prolongado más que con el resto de las mujeres con las que había salido y, durante meses, habían estado muy bien juntos. Hasta que ocurrió lo inevitable: Rosario empezó a decirle que lo quería y que ella era diferente a las otras que había habido en su vida, por lo que las reglas de él quedaban invalidadas. Se consideraba demasiado especial y diferente para ser tratada como a las demás.

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