miércoles, 9 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 12

Los ojos de él se clavaron en los suyos. Pero esos ojos azules ahora se habían tornado fríos como el acero, no cálidos como el mar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Estaba claro lo que era ser la víctima del mal humor de Pedro Alfonso. No le gustaba. Nada en absoluto. El escalofrío se transformó en colérica indignación y apretó los labios. ¿Qué le daba derecho a hablarle así a una invitada a una exposición en una galería de arte? Paula cerró las manos en puños, decidida a responderle como se merecía. Pero no tuvo ocasión porque, en ese momento, Pedro rompió el contacto visual con ella y enderezó los hombros antes de volver la cabeza para lanzarle otra mirada.


–Acabo de tener una idea. Además, me toca a mí hacer una pregunta. ¿Quieres darte una vuelta conmigo por toda la exposición? Me gustaría oír tu opinión sobre el resto de los cuadros.


Pedro se pasó una mano por los cabellos, retiró los ojos de la rubia y paseó la mirada por la sala. Unos cuantos invitados se habían adentrado en la sala donde se exponía la obra y él se reprochó a sí mismo haber sido lo suficientemente estúpido como para permitir que su genio aflorase y dejarse llevar por la frustración en su actitud hacia aquella chica que acababa de conocer. Estaba harto de hacer el tonto delante de las cámaras. Harto de dejarse llevar por los sentimientos y la excitación. Aunque solo fuera por una vez, le gustaría que le tomaran en serio. Era el único hijo de Ana Zolezzi. ¿Acaso creían los periodistas, como en el caso de esa bonita rubia, que él no sabía nada de arte, a pesar de pasar la mayor parte de su tiempo libre con una mujer más obsesiva y apasionada si cabía que él?


–¿Quieres conocer mi opinión sobre estas pinturas, Pedro? ¿En serio?


Pedro, con un gesto de cabeza, indicó la zona donde se servía el refrigerio.


–Desde luego. Me parece que los camareros ya están aquí. ¿Qué te parece si nos servimos algo de comida antes de que el resto de tus compañeros de prensa lleguen?


–De acuerdo, Pedro.


Pero al ponerse en pie, Paula ladeó la cabeza y vió a alguien a espaldas de Pedro.


–¡No, lo siento, el trabajo es el trabajo! Me encantaría pasearme contigo por la exposición y seguir alimentando tu ego, pero tengo que ponerme a trabajar. En otra ocasión, quizás. Que lo pases bien. Ciao.


Y tras un gracioso movimiento de su mano derecha, la mujer fue alejándose sobre unos tacones de diez centímetros que le permitieron una excelente vista de un vestido sensualmente ceñido a las caderas y de unas largas y espectaculares piernas. Tenía una cintura de avispa. Y… Cómo alzaba la cabeza al andar. Pura dinamita. Ella no parecía andar, sino flotar. Era como un cisne deslizándose por el agua, un ejemplo perfecto de mesura y elegancia, una mezcla explosivamente seductora. La forma como caminaba demostraba que procedía de una buena familia, que había tenido una buena educación y disfrutado de los privilegios que a ello acompañaban. Eso o era la mejor actriz que había visto nunca, y había conocido a unas cuantas debido a estar metido en el negocio de la hostelería. ¿Y Pauli era una crítica de arte? Pauli era un caso aparte. Y en su loco mundo, aquello era una rareza.

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