viernes, 25 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 49

Pedro quería retener a Paula ahí el mayor tiempo posible, alargar los preciosos momentos en su compañía.


–Dime, ¿Por qué es tan importante para ti esa tarta para tu clienta?


–¿Que por qué? Fácil de responder. Beatríz era el ama de llaves en la casa de mis padres y fue la mujer que me introdujo a la repostería. Soy pastelera por ella y fue la persona que hizo que mi infancia fuera soportable. Yo creo que eso se merece una tarta, ¿No? Y, por cierto, estos bizcochos son extraordinarios.


Paula se volvió de espaldas a él y abrió la caja con los bizcochos, pero los dedos le temblaron y el bizcocho que agarró se le cayó al suelo. Antes de que pudiera agarrarlo, Pedro le puso ambas manos en la cintura, sujetándola con firmeza. Él olió un intoxicante perfume, champú y… a Paula. Olía fabulosamente. Era fabulosa. Se atrevió a acercarse más a ella, por la espalda, hasta tenerla pegada a su cuerpo. Reafirmó la cintura de ella con los brazos y se vió recompensado con un suspiro. Le apartó el cabello del rostro y le besó la nuca.


–Sofía me dijo que habías dejado el trabajo en el banco para dedicarte a lo que te gustaba –dijo él en voz baja y suave–. Hay que tener valor para hacer eso. Y pasión. Si Beatríz te ayudó, entonces sí, esa mujer se merece el mejor pastel que puedas hacerle, aunque sea en domingo. Sin embargo, tengo la impresión de que no me lo has contado todo, ¿Me equivoco?


Pedro hizo una pausa y se apartó de ella lo suficiente para poder acariciarle el cabello de nuevo.


–¿Por qué dejaste esa vida, Paula? ¿Por qué dejaste un trabajo muy bien remunerado y te arriesgaste a montar una pastelería? Debías tener otras opciones.


Pedro sintió una súbita tensión en los hombros de Paula, pero esperó con paciencia a que ella interrumpiera el silencio.


–Sí, tenía otras opciones, quizá demasiadas. Mi padre quería que me fuera a Francia a trabajar en una empresa de informática que él acababa de montar para entretenerse cuando se jubilara. Nadie, absolutamente nadie, creía que yo sería capaz de hacer algo completamente distinto y montar mi propio negocio. Y eso me dolió bastante durante un tiempo.


Pedro tragó saliva, sorprendido por la calma con la que ella había hablado, y apoyó la barbilla en la cabeza de Paula.


–En ese caso, me atrevería a decir que no te conocían. Ellos se lo pierden.


Paula lanzó una carcajada.


–Sí, tienes razón, nadie me conocía bien. Ni mi jefe, ni mis amigos… Ni siquiera el novio que tenía entonces, que estaba convencido de que a los seis meses volvería al banco. Y se equivocaron. Me encanta lo que hago. Vendí unas acciones y las invertí en mi negocio, y con la ayuda de Sofía creo que montamos algo especial.


–¿Así que renunciaste a tu trabajo en el banco, a tu estilo de vida…  A todo lo que tenías?


–Lo cambié por otra cosa. Pasé algunos de los momentos más felices de mi adolescencia con Beatríz en la cocina probando recetas, sabores, texturas…


–¿Y no hay nada de lo que te arrepientas?


–Sí, de algunas cosas. Creía que mis amigos del colegio y de la universidad seguirían siendo mis amigos, pero no fue así; de repente, resultó que no teníamos nada en común. En su opinión, una pastelería era algo que una hacía después de jubilarse, no lo consideraban una profesión seria. Así que tuve que hacer nuevas amistades.


–Eh, espera un momento. ¿Tu novio no te apoyó durante ese tiempo de transición tan duro?

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