miércoles, 23 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 44

 –Se me ha ocurrido una idea. Si no te gusta, te dejo que me digas que no me meta en lo que no me llaman. ¿De acuerdo? Bien, pues ahí va –Paula respiró hondo antes de continuar–. Tú quieres ayudar a tu madre y yo también quiero poner mi granito de arena. Tu madre es una pintora excepcional y a mí me encanta su obra. Si te parece bien, le ofreceré mi estudio para que pase ahí el tiempo que quiera cuando estéis los dos en Londres. Servicio de habitación y tanta tarta de limón como quiera incluidos.


Paula apretó los dientes y se encogió.


–¿Qué te parece?


Pedro se la quedó mirando durante unos segundos. Después, respondió en voz baja y con intensidad:


–¿Harías eso por ella? Es decir, ¿Por mi madre y por mí?


–Sí.


Pedro le apretó la mano y se puso en pie.


–Gracias, Paula. Y sí, creo que eso le gustaría mucho a mi madre. Aunque te advierto que, a pesar de estar tan delgada, mi madre es capaz de comer mucha tarta de limón.


Paula clavó los ojos en el rostro de Pedro y lo que vió en él fue luz en medio de la oscuridad. Pedro no parecía acostumbrado a la ternura y trataba de enmascarar lo conmovido que estaba. Ella sabía muy bien lo que era eso, por propia experiencia, pero no había esperado que fuera también el caso de él. Había llegado el momento de empezar de nuevo con ese Pedro hasta ahora desconocido para ella.


Con timidez al principio y después con más firmeza, Paula le agarró ambas manos para ayudarse a levantarse del banco. De la mano, echaron a caminar en silenciosa camaradería. Hasta que se tropezó con una losa del pavimento que estaba suelta y solo unos fuertes brazos evitaron la caída. Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba pegada al pecho de Pedro, que él la había rodeado con los brazos y que ella tenía las palmas de las manos plantadas en el torso de él. Cerró los ojos momentáneamente, deleitándose en la calidez y fuerza de aquel abrazo con un olor exquisito a loción para después del afeitado, a desodorante y a ropa limpia. Limón mezclado con un ligero sudor debido a la calidez del verano… Y algo más, algo único, Pedro. Era su aroma. Y sintió algo magnético que la atraía hacia él, un magnetismo que iba a hacer muy dolorosa su separación. Se sentía intoxicada y casi mareada, por lo que apoyó la cabeza en el pecho de él. Ese era su sueño. Durante unos segundos, se iba a permitir imaginar que era solo una chica dando un paseo con su novio. Iba a imaginar que ese hombre la quería, que la había elegido, que quería estar con ella. Un bíceps hizo una demostración de fuerza junto al tejido de su vestido y Paula cerró los ojos de placer. Hacía mucho tiempo que nadie la abrazaba. Maldito Pedro. ¿Por qué había accedido a dar un paseo con él? Volvería pronto a su mundo y ella a su vida normal, sola, defendiéndose como podía.


–¿Te pasa algo? –le preguntó Pedro con preocupación en la voz.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta cuando él la soltó. Pero, al instante, Pedro le agarró ambas manos por la espalda, sujetándola.


–No, no me pasa nada –Paula se miró los zapatos–. Me he tropezado, nada más. Gracias por sujetarme; de no haberlo hecho, me habría caído de bruces al suelo.

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