miércoles, 16 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 26

Y Pedro cumplía sus promesas. Aunque eso significara encontrarse en una pastelería a media mañana un día laboral.


–Gracias, damas y caballeros –gritó Paula–. Han estado magníficos. Son las estrellas del futuro, de eso no hay duda. Y no se les olvide que el club Yummy Mummy volverá a reunirse a esta misma hora la semana que viene. Y ahora, vamos a gritar la palabra que más nos gusta en el mundo… Espera, Helena. Eh, Adrián, deja de hacer eso. Una, dos y tres… ¡Pasteles!


Pedro parpadeó y medio cerró los ojos cuando los bailarines gritaron a coro y empezaron a dar saltos. Lo único que podía hacer era echarse a un lado mientras las madres agarraban a los pequeños y, pasando por su lado, salían con ellos del café. Sujetar la puerta para que salieran le pareció una buena idea. En principio. El problema fue cuando una mamá encantadora se paró delante de él y le dijo:


–Hola, guapo. ¿No te han dicho nunca que te pareces a ese cocinero tan horrible que sale en la tele y que le grita a todo el mundo?


–Sí, no es la primera vez que me lo dicen. Me da igual.


La mujer se marchó y, cinco minutos más tarde, el café se vió libre de niños.


–¿Estás libre el jueves de la semana que viene por la mañana? – le preguntó Paula sin preámbulos–. Las madres te lo agradecerían inmensamente.


–Lo siento, estoy ocupado. Y, por favor, dime que no es siempre así.


–No, a veces los niños se alborotan mucho –respondió Paula con una sonrisa–. Pero se lo pasan muy bien, están entretenidos y las madres pueden charlar un rato entre ellas. A mí me encanta –Apretó los labios–. ¿Te apetece un té?


–No se lo digas a Sofía, pero me encantaría un café –contestó Pedro acercándose al mostrador.


–Deja que lo adivine. Un café americano.


–Siento ser tan transparente. Dame un puñetazo.


–Con gusto –susurró ella antes de sacudir la cabeza y encogerse de hombros–. Pero en este establecimiento no se pega a los clientes. Y otra cosa, si eres cliente tienes que comer algo con la bebida. Se me han acabado los donuts, pero tengo montones de pasteles y tartas.


Paula se volvió de espaldas a él para terminar de preparar el café y continuó hablando, pero no se la podía oír debido al ruido de la cafetera.


–Perdona, no te he oído –dijo Pedro, y rodeó el mostrador para acercarse a Paula.


Pedro tenía delante una cocina del tamaño de la de su piso en Londres. La diferencia era que la cocina de aquel café tenía electrodomésticos de acero inoxidable y lo que parecían dos hornos de pastelería. El aire estaba impregnado de un delicioso aroma.


–¿Qué haces? –preguntó ella apretando los dientes antes de ponerle las manos en el pecho y empujarle con fuerza–. Nadie, absolutamente nadie, entra en mi cocina sin pedirme permiso primero. ¿Dejas tú entrar a cualquiera a tu cocina? No, claro que no. Sal de aquí y no vuelvas a entrar. Gracias, mucho mejor así. Siéntate, enseguida iré con tu café.

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