lunes, 28 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 51

Sabía que lo que estaba haciendo era una locura, pero… Los labios de Pedro le acariciaron la mandíbula, le besaron la garganta, la hicieron gemir.


–Atrévete, Paula –le susurró Pedro junto a la mejilla antes de besarle el hombro–. Quiero estar contigo, quiero conocerte. ¿Me lo vas a permitir? ¿Vas a confiar en mí?


Al abrir los ojos, Paula vió los de él cerrados, muy cerca. Alzó la mano ligeramente para acariciarle el cabello.


–No lo sé. Tendrías que quedarte en Londres el tiempo suficiente para averiguarlo. ¿Harías eso?


Pedro la miró.


–Estaré aquí el tiempo suficiente. ¿Me vas a dar una oportunidad?


Paula sintió un nudo en el estómago mientras Pedro, con la mirada, le suplicaba que lo aceptara. Los ojos de él tenían algo que le penetraba la piel y el corazón, disipando su resistencia. No pudo evitar sonreír; de repente, ebria del aroma de él, de sus caricias, de la fuerza de su presencia. Con la yema de los dedos acarició el labio inferior de ese hombre y le vió abrir la boca un poco más. Contempló los ojos intensamente azules de Pedro y supo que quería volver a besarla. Se quedó contemplando esa boca mientras él le acariciaba las mejillas. Estaba asustada y encantada. Quería que Pedro volviera a besarla. No iba a ser capaz de negarse a ese hombre, imposible. Entreabrió los labios y sintió la boca de él en la suya. Cerró los ojos y se dejó llevar, sumergiéndose en un profundo, profundo beso. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Intentó volver la cabeza cuando una lágrima le resbaló por la mejilla, pero fue demasiado tarde. Pedro se la secó con el dedo pulgar, acariciándola con una ternura que la dejó sin respiración. 


¿Cómo había podido dudar que ese hombre era capaz de ternura y amor? Sí, amor. Paseó la mirada por los pómulos del rostro de él, la nariz rota y la boca. Y sintió como si le conociera de toda la vida. Con las yemas de los dedos le acarició las comisuras de los labios y también los ojos, que ahora sabía que no solo reían. La vida no había sido fácil para ese hombre, el amor por su madre le había hecho correr riesgos. Su ambición no se debía a que fuera egocéntrico. Se había sacrificado por las personas queridas y seguiría haciéndolo. Pedro le acarició el pelo y le apartó unas hebras del rostro antes de besarle las cejas. El corazón le palpitaba con fuerza, cerró los ojos y sintió la humedad de los labios de él en un párpado; después, en el otro. Entonces, él le puso una mano en la cintura y la atrajo hacia sí. Sentirse deseada era una sensación deliciosa que le hizo perder el poco control que le quedaba. Se entregó al momento, a Pedro. Le necesitaba tanto como él a ella. ¿Cómo había ocurrido? ¿Y por qué se sentía tan bien entre los brazos de él? Quería que la besara en la boca una y otra vez, y se movió para acariciarle la barbilla y la mejilla. Abrió los labios al sentir la lengua de Pedro en la garganta. Él le besó la barbilla y el labio inferior, y ella se perdió en el ardor del momento. Sintió la caricia de Pedro en el brazo, en la cintura, provocando oleadas de deseo que le sacudieron el cuerpo.

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