lunes, 2 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 41

Nicolás paseó a Daisy y después Paula lo llevó a casa. Podía ir caminando, pero si ella lo llevaba en coche el niño podía aprovechar más tiempo con la yegua y más tiempo en la granja, algo que obviamente le encantaba. Durante el trayecto a casa siempre se mostraba callado y con expresión estoica. Un estoicismo que le estaba removiendo cada vez más las entrañas a Paula. Cuando era adolescente, su padre la había llevado con él de viaje de negocios por el Sureste Asiático. Le había encantado la experiencia, la comida, la cultura, pero se había quedado horrorizada con la pobreza. En su último día allí había encontrado a un perro muerto de hambre. Le había dado de comer unas barritas de satay que le había comprado a un vendedor ambulante y le había pedido a su padre que lo arreglara todo para poder llevárselo a casa.


–No podemos hacer eso –le había dicho él amablemente y explicándole que un perro medio muerto podía acarrear enfermedades–. No le des más de comer, Paula. Estás alargando su agonía.


Paula había removido cielo y tierra, pero no había podido llevárselo a casa así que, finalmente, había insistido en que buscaran a un veterinario que lo sacrificara. Pero... ¿Qué iba a hacer con Nicolás? A él tampoco podía llevárselo a casa, Nicolás no estaba muriéndose de hambre, pero sí que estaba muriéndose de falta de afecto. Había visto el seco saludo de Brenda cuando llegaba a casa «Llegas tarde, tienes la cena en el horno», y se había planteado presionar un poco más a Pedro. Pero ya lo había presionado hasta el extremo y ahora empezaba a relajarse un poco en su compañía. Estaban disfrutando con la competición de cocina y él casi parecía estar divirtiéndose. «Me quedan cinco meses. A lo mejor para entonces le haré relajarse lo suficiente para luchar por Nicolás». Pero si éste le recordaba a Candela...


–Debería ser psiquiatra –se dijo–, aunque no creo que un psiquiatra pueda cruzar esas barreras tampoco.


Se detuvo delante de Werrara y se dió un momento para admirar el trabajo que había hecho en el porche y en los marcos de las ventanas, reparados y pintados. Jack había arrancado la maleza de la entrada y ahora estaban surgiendo los restos de un antiguo jardín. Ese lugar estaba empezando a recuperar su aspecto. Cinco meses más... Demasiado poco tiempo.


–No deberías estar pensando eso –se dijo–. Deberías estar echando de menos a tu familia.


Se dirigió a la cocina, donde Pedro estaba intentando preparar pollo a la cacciatore. Olía fabuloso. Llevaba un delantal, el de su abuela. Un delantal floreado encima de sus vaqueros y su camiseta. Debería resultar una imagen ridícula, pero en él resultaba totalmente sexy.


–Correo –le dijo Pedro señalando a la repisa de la chimenea.


¿Correo? ¿Correo de verdad? No correo electrónico. ¿Quién podría haberle enviado una carta de verdad? Agarró el elegante sobre de estilo antiguo y pensó que esa era la clase de papel por el que su hermana Delfina sentía pasión. Era la letra de Delfina. Pero ella le enviaba e-mails cuando tenía que contarle algo, así que ¿A qué venía lo de la carta?


–Esto no estará terminado hasta dentro de quince minutos –dijo Pedro secamente–, o más. Creo que tengo mucho más caldo que pollo, así que a menos que quieras sopa, tienes tiempo para leer tu carta en privado.


Y entonces la miró, parecía preocupado.


–La leeré en el porche.


–Tómate tu tiempo –se quedó mirándola un largo rato antes de volver a ponerse con su guiso. 


Dándole espacio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario