lunes, 2 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 44

Ella se rió y se sintió bien. Mejor que bien, ¡Se sintió genial! Siendo alguien sin familia, para Pedro era difícil comprender lo desanimada que se encontraba por el hecho de haber descubierto que dos de sus hermanos tuvieran padres distintos. Estaba seguro de que Candela y él tenían padres distintos, pero él nunca se había molestado en preguntar o en descubrirlo. Simplemente, no le parecía importante. En lo que respectaba a Paula, parte de ella era la hija protegida de una rica familia norteamericana en cuyo mundo los padres no mentían y la gente se preocupaba de los demás. Se puso en el lugar de su padre; los mellizos no eran suyos, tal vez había pensado que algún día su verdadero padre los reclamaría y solo estaba protegiéndose a sí mismo. ¿Cómo estaba haciendo él con Nicolás? Como estaba haciendo con Paula.


–Llevo la linterna –dijo Paula– y, además, llevo un sombrero. Puede que no crea en koalas carnívoros, pero sí que creo que aquí tienen pitones.


–Una pitón te abrazaría hasta matarte en segundos.


–Pues es una suerte que no se me pueda abrazar. Y sé exactamente lo que pueden y no pueden hacer vuestras pitones no venenosas. Con el sombrero y una linterna voy bien. Si me enseñas por dónde ir, podría ir sola.


–Se te pueda abrazar o no, necesitas escolta –dijo Pedro y añadió para sí–: Al menos en esto sí me preocupo.


Fueron caminando en silencio a través de un paisaje que parecía extraño y diferente por la noche. Si Pedro no la hubiera acompañado no se habría aventurado tanto. No era que tuviera miedo de los koalas carnívoros y de las pitones, pero estaba oscuro, había ruidos bajo la maleza y la luna no brillaba lo suficiente como para alumbrar el camino. Pero Pedro lo había sugerido. Y estaba con ella.


Ella iba alumbrando el camino con la linterna y Pedro avanzaba detrás. Era como un gran gato, a él no le hacía falta la linterna. De pronto, Paula fue absurdamente consciente de una necesidad de retroceder, de darle la mano y dejarle que marcara el camino en la oscuridad, aunque por otro lado, tampoco quería que lo hiciera. ¿O sí? No debería. Ese tipo era su jefe, un granjero solitario con tantas sombras en su pasado que jamás saldría de ellas. Pero esa noche le había mostrado preocupación, le había preparado un guiso y había escuchado su historia. Podría haberle dicho que estaba siendo una tonta, que tener dos hermanos que ahora solo eran medio hermanos no era para tanto, pero no se había burlado de ella. Al contrario, la había apoyado con una cálida mirada cargada de compasión y entendimiento, y ahora estaba ahí, consciente de que no podía irse a dormir después de haber recibido una noticia así, que necesitaba pasear para despejarse, para aclararse las ideas. El camino iba acercándose al riachuelo y una línea de rocas cruzaba una pequeña corriente y de pronto Pedro estaba agarrándole la mano, tirando de ella hacia atrás.


–Espera –le dijo con suavidad mientras se metía la mano en el bolsillo para sacar un papel y un rollo de celofán. Celofán rojo.


–¿Qué...?


–Mi abuela me enseñó este truco antes de morir. El abuelo estaba en una venta de caballos y nos trajo aquí a Candela y a mí.


Puso celo sobre la linterna y ahora en lugar de una penetrante luz amarilla, lo que tenían era una difusa luz rojiza.


–Tienes que estar en silencio. Mira al centro del riachuelo, donde están las rocas.


Agarró la linterna y le dió la otra mano, llevándola sobre las rocas.

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