miércoles, 25 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 25

 —Oh, es bueno saberlo, chicos. Acordaos de darle las gracias a sus padres de mi parte.


—Claro —los chicos no se movieron de allí, sonriendo, como si esperaran a que les invitasen a sentarse.


—¿Puedo ayudarles en algo más? —preguntó de nuevo, y Paula se sorprendió de que se mantuviera tan educado y contenido ante tal invasión de su intimidad, especialmente porque ella acababa de darse cuenta de que habían tocado una fibra sensible.


—No. Encantados de conocerlo, eso es todo. Todos los jóvenes le dieron la mano por turnos mirándolo como si fuera un dios. Cuando se hubieron marchado, Pedro alargó la mano hacia las patatas y se llevó una a la boca en silencio.


—¿Eso ocurre muy a menudo? —preguntó Paula.


—Lo suficientemente a menudo —por su respuesta, ella entendió que aquello no le resultaba tan fácil como parecía y que lo superaba gracias a la paciencia y al buen humor, no por tener que alimentar su ego.


—¿Siempre son chicos jóvenes?


—No siempre son chicos —dijo, y después sonrió.


¡Maldito sea! Cada vez que ella se sentía arrastrada de su lado, él sacaba su pose de playboy. Tal vez en vez de maldecir tuviera que dar gracias por ello. Cuanto más le recordara su reputación anterior, mejor para ella. Paula deseó poder detestarlo, pero cuanto más tiempo pasaba con él, aquello le parecía más y más difícil. Antes de quedar atrapada por sus hipnóticos ojos verdes grisáceo, decidió llevar la conversación otra vez al punto que no deberían haber abandonado.


—Si no quieres que analicemos los errores que cometiste en el pasado, ¿Qué te parece recordar las cosas buenas? Concéntrate en eso.


—Me gustaba la decoración de la habitación.


Ella se quedó mirándolo fijamente.


—Me encanta tener a alguien que apague el despertador por mí.


—Pondré todo eso en la lista de tus requisitos previos.


Pedro volvió a ponerle el bolígrafo en la mano a Paula.


—Genial. Apunta todo eso. Y ya que estamos, soy alérgico a lavar los platos, así que tendrá que estar dispuesta a hacerse cargo de eso también.


—¿Eres alérgico al jabón lavavajillas?


—No, sólo a lavar los platos.


—¡Cómprate un lavavajillas!


Pedro señaló la servilleta en la que Paula iba a tomar notas.


—Apunta.


—Ya es suficiente —dijo Paula soltando el bolígrafo y levantándose—. Es tarde. Me voy a casa.


—De acuerdo. ¿Dónde tienes el coche? —dijo Pedro, levantándose también—. Te acompañaré.


Sus hombros estaban ocultos por en el enorme abrigo.


—Hoy es miércoles, y los miércoles quedamos para tomar unas copas en Fables. Siempre tomo un taxi.


—¿Por si bebes demasiado?


Ella le lanzó una mirada amenazadora.


—Eso es difícil. Nunca conduzco cuando bebo. Ni siquiera si sólo es un vaso de vino. No es sólo por seguridad o por las multas; es karma negativo.


—¿Karma negativo? —repitió Pedro al cabo de unos segundos—. ¿Como lo de la sal? Creo que ví una familia de elefantes con la trompa hacia arriba en una estantería en tu oficina. Hubiera pensado que, después del discurso de esta mañana sobre la santidad del matrimonio, serías de esas personas que creen en el destino.


Ella sacudió la cabeza.


—Conozco a mucha gente que se ha dejado guiar por el destino y le salió todo mal como para dejar que controle mi vida.


—Así que ¿no piensas cerrar los ojos y dejarte llevar donde el destino te lleve?


Paula se lo pensó un momento, pensó en renunciar al estricto control que había llevado de su vida hasta aquel momento y dejarse llevar por el corazón. En boca de Pedro parecía tan liberador, tan fácil... Pero no era posible. Ella había decidido hacía tiempo que aquella no era una opción. Sabía exactamente cómo acabaría todo en una situación así.


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