viernes, 13 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 70

Cuando regresó tras poner los caballos a salvo de la tormenta y vió que niño y mujer seguían abrazados, recordó las palabras de su madre: «Cuida de tu hermana». Tenía ocho años entonces, tres menos que ese niño que se aferraba a Paula. Y entonces lo entendió. ¿Cómo podía un niño no fracasar con semejante tarea entre manos? Y aquella amarga sensación de fracaso se convirtió en rabia hacia una madre capaz de imponerle y pedirle eso a su hijo pequeño, se convirtió en rabia hacia un abuelo que dió por hecho que Candela era responsabilidad de Pedro. «¿Cómo pudiste pedirme lo imposible?»


–Tenía ocho años –se dijo y viendo lo que tenía delante añadió–: No pude hacerlo entonces, pero ahora sí puedo.


Los cubrió con su chubasquero negro y se acurrucó contra ellos y Paula y Nicolás se giraron y se abrazaron a él. Pudo sentir sus corazones latiendo con el suyo, los sollozos de Oliver y la respiración de ella contra su rostro. Sintió cómo Paula se agarraba a él con fuerza, con Nicolás entre los dos, y cómo se estaba formando una promesa. Aunque estuvieran en mitad de la tormenta, ahí había un hogar. Ahí había cariño y preocupación. Ahí había amor. Pedro sentó a Nicolás delante de él sobre Maestro mientras Paula iba a lomos de Pegaso. No lo llevaron a casa de Brenda. Lo llevaron a Werrara. A su hogar. Y al llegar, el pequeño no habló, no respondió ninguna pregunta, solo se abrazó a Pedro. Tenía once años, pero esa noche parecía mucho más pequeño. Allí estaba la policía de Wombat Siding con Cooper, que habían organizado una búsqueda.


Pedro vió el rostro de Juan partirse en una amplia sonrisa al ver a Nicolás y decidió que ese hombre sería otras de las personas a las que querría y cuidaría. Por fin, ¡Por fin!, estaba empezando a entenderlo. La carga que le habían impuesto de niño había sido demasiado grande, pero el concepto en sí era maravilloso. «Uno cuida de los demás y los demás cuidan de tí». Juan se marchó para atender a los caballos y lo hizo algo avergonzado y abrumado por la emoción. La policía se marchó aliviada y vió que ellos eran otro ejemplo; eso era lo que hacían, cuidar de los demás. Telefoneó a Brenda, que se mostró aliviada por el hecho de que hubiera aparecido y, más todavía, por que quisiera quedarse a pasar la noche en Werrara. Y tenía que quedarse en Werrara porque sabía que se había tomado una decisión. Paula le dió a Nicolás un baño caliente, le secó, bromeó y le hizo sonreír un poco mientras Pedro hablaba con Brenda y buscaba una camiseta que le sirviera de pijama.


–Puede dormir en mi cama –dijo y Pedro sacudió la cabeza.


–Vamos a ponerlo en la nuestra. Nicolás, ¿Crees que soportarás dormir entre los dos?


Y cuando Pedro miró a Paula, vió algo maravilloso. Así, lo metieron en la enorme cama y él, sentado a los pies, vió cómo ella lo arropaba y le decía lo mucho que lo querían, cómo no le pasaría nada malo y que pronto le compraría un perrito. Lo que le estaba diciendo a Nicolás era una promesa, una promesa que mantendría. Se llevaría al niño a Manhattan, se enfrentaría a inmigración y a los servicios sociales, y cuidaría de él y de su perrito en Nueva York. Sola. Pero eso no llegaría a pasar porque cuando Nicolás se quedó dormido, Pedro pudo decir lo que tenía que decir.


–Ahora tenemos que darnos un baño nosotros.


Paula lo miró y sonrió tímidamente.


–¿Juntos?


–¿Cómo puedes dudarlo?


Después del baño, de secarse el uno al otro, de abrazarse, no pasó nada más. Esa noche era demasiado maravillosa, demasiado frágil, demasiado preciada como para llevarla más lejos.


–Tendremos que prepararle la habitación contigua –le dijo cuando ya estaban en la cama, uno a cada lado del niño–. Abriremos una puerta que se comunique con esta por si tiene pesadillas y cuando sea mayor puede ocupar la buhardilla. A un adolescente con su perro le gustaría tener una buhardilla. Y entonces podremos aprovechar la otra habitación para los bebés. Si quieres bebés, claro.


La oyó respirar hondo y después oyó silencio.


–¿Darías ese salto de fe? –le preguntó finalmente.


Ella lo entendía, siempre lo había entendido. ¿Qué hacía que una mujer amara a un hombre? ¿Qué hacía que entendiera a un hombre antes de que él pudiera entenderse a sí mismo?


–Te quiero, Paula. Creo que te he querido desde la primera vez que te ví, furiosa y empapada. Y ahora te quiero más. Eres valiente, divertida e inteligente y me has ganado diecisiete a nueve en la competición culinaria. Y además, estás aquí en mi cama.


–Con un niño en medio...


–Pero me he dado cuenta de que no importa lo que nos separe físicamente porque nada puede interponerse entre los dos. No soy hombre de palabras bonitas, Paula, y tal vez nunca lo sea, pero lo intentaré. Porque estoy cansado de estar solo. Estar solo antes era como una técnica de supervivencia, antes de saber que existías en el mundo, pero mi supervivencia ha cambiado. Ha cambiado por quererte. Ahora mi supervivencia depende de una veterinaria con un corazón enorme. Depende de que tú me quieras. Depende de que me dejes cuidarte, y de que tú me cuides a mí.


–Oh, Pedro... –parecía temerosa de hablar, asombrada–. Pero... ¿Incluso bebés?


–El cariño y el amor se presentan de muchas formas. Me he dado cuenta ya. Te quiero a tí, mi amor, pero también a Nicolás. Y también querré a ese perrito que le has prometido, e incluso querré a Juan porque hoy hemos visto lo mucho que se preocupa por nosotros. Y también querré a sus perros, y a nuestros caballos, a todo eso, pero sobre todo te cuidaré y te querré a tí.


Ella no respondió. No podía. Pedro se quedó tumbado pensando en todas las formas en las que un hombre debía decir lo que quería decir. ¿Después de una cena romántica? ¿En un globo aerostático? ¿En lujosos cruceros con rosas, corazones y flores? Pero él lo diría en ese momento, de un modo más sencillo. Allí.


–Paula Chaves–dijo en la oscuridad–. ¿Me concederías el honor de ser mi mujer?


Y en la oscuridad, al otro lado del niño que dormía, se oyó la respuesta que parecía haber estado esperando oír toda su vida.



–¡Claro que sí, Alfonso! Sí, amor mío, claro que sí.





FIN

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