lunes, 30 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 32

Pedro se levantó frotándose las manos.


—Vamos allá.


—Muy bien.


Paula le indicó el camino en el piso inferior y lo dejó solo. Tal vez Pedro aprovechara más la sesión si ella no estaba presente. Así, volvió a la oficina y trabajó en el caso de Carmen Gold, pero una hora después, nerviosa, pidió una bandeja de café y galletas y bajó a la sala de conferencias. Abrió la puerta con cuidado y se detuvo, boquiabierta ante el insólito cuadro que tenía delante. El sacerdote sujetaba una escoba como si fuera un palo de golf y Pedro estaba de pie tras él, ayudándolo a perfeccionar su swing. El psicólogo buscaba a gatas sobre la alfombra la bolita de papel que estaban usando como pelota y la consejera matrimonial parecía ser una bandera agitándose con la brisa sobre el hoyo.


—¡La encontré! —gritó el psicólogo, lanzándole la pelotita a Pedro, que la atrapó en el aire con facilidad antes de dejarla caer al suelo delante de su alumno.


—Supongo que ya han acabado el trabajo —dijo Paula apretando los dientes. Los cuatro la miraron como si fueran niños a los que han descubierto en medio de una travesura.


—No del todo —intentó Pedro—. Aún me queda ayudar a Flavia.


Paula miró a la consejera matrimonial, que tuvo la decencia de ponerse colorada y susurrar un «Lo siento»


—Muy bien, se acabaron los juegos. Estoy muy disgustada con todos ustedes y me estoy cuestionando su lealtad hacia mí. Largo.


Los tres expertos se marcharon y el pastor, tomando una galleta, le preguntó a Paula si la vería el domingo.


—Ya veremos —dijo ella antes de darle un beso al anciano en la mejilla.


Cuando se hubieron ido, Paula dejó la bandeja en una mesita auxiliar y puso los brazos en jarras.


—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Pedro con voz divertida.


—Cenar —dijo, imaginando un brillante plan en su cabeza.


Si quería reformarlo, le mostraría lo que era un matrimonio de éxito y sabía exactamente dónde llevarlo.


—¿A cenar? —repitió Pedro con sonrisa triunfante y ojos brillantes.


Ella asintió y notó sorprendida cómo sus ojos se oscurecían ante su gesto.


—Una cena de trabajo, por supuesto, donde yo quiera.


—¿Más expertos?


Paula asintió.


—Como diga la señora.


Al levantarse de la mesa, él la miró directamente a los ojos. Fue como si un resorte se accionara en la mente de Romy: era la misma atracción que sentía por él. Desde el primer día, aunque prefiriese no verlo desde debajo de su máscara de autoprotección.


—¿Por qué me has arruinado el plan?


—No ha sido culpa mía. En cuanto entré empezaron a pedirme consejos y cuando intenté negarme me dijeron que me pondrían mala nota. Lo siento.


No lo sentía en absoluto y ella lo sabía. Estaba furiosa, pero sabía que sólo había un paso entre la ira acalorada y la pasión ardiente. Paula podía sentir que ambos eran conscientes de lo que estaba pasando. No podían negarlo. Él seguía apoyado sobre la mesa, mirándola fijamente, sin parpadear. Él sonrió y ella le miró la boca, aquella boca tan sexy y sensual.

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