lunes, 9 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 60

Después de que él volviera a dormirse, fue Paula la que se quedó despierta en la noche. Casi le había pedido que se quedara allí. ¿Quería hacerlo? Sí. Su cabeza le gritaba que era tonta por haberlo hecho callar porque una parte de ella quería comprometerse más que nada en el mundo. Así que ¿Qué estaba deteniéndola? Por extraño que pareciera, era pensar en su padre, en la carta que Delfina le había enviado, la carta que estaba al fondo de su maleta y que lo explicaba todo. Explicaba que el matrimonio de sus padres se había gestado no sobre la pasión mutua que ella siempre había dado por hecho, sino sobre ciertas salvedades en las que no todo estaba bien y donde la honestidad no era lo más importante. Se había pasado la vida intentando averiguar qué era lo que iba mal en su familia, ahora que lo sabía tenía la certeza de que no quería esa clase de relación para ella. Pedro estaba empezando a amarla, pero la amaba pese a sus reservas. Pese a su promesa de no volver a sentir nada por nadie. Al igual que su padre había amado a su madre pese a que llevaba dentro a los hijos de otro hombre. Pese a... Deseaba a Pedro, eso lo sabía, en su vocabulario no entraba un «Pese a...». Lo amaría siempre con toda su alma, pero no permitiría que él se comprometiera a nada si tenía ciertas reservas al respecto. No pasaría por ahí. Aún le quedaba algo de sentido común. Su plan siempre había sido trabajar mucho allí y después volver a los Estados Unidos y encontrar el trabajo de sus sueños. Por el contrario, había encontrado al hombre de sus sueños. Así que sí, si las cosas salían bien, si estaba segura de que Pedro podía amarla, entonces cambiaría de planes en un santiamén. ¿Cómo no iba a hacerlo? Pero había visto lo que un «Pese a...» les había hecho a Gonzalo y a Delfina. De modo que no amaría a ese hombre si existía algún «Pese a...».



Werrara estaba en su momento de plenitud. El otoño se abría paso llevando consigo unos pastos exuberantes, un toque de frescor a la brisa de la montaña y dotando de energía a los caballos de la granja. Con tres trabajadores a tiempo completo el lugar empezaba a tener el aspecto que debía y Pedro lo abrió a los compradores, si bien con cierta cautela. Hasta ese momento había transportado a los caballos de venta a Albury, pero ahora que la reputación de Werrara iba en aumento y tenían buenos terrenos y un lugar que encajaba con lo que reflejaba la Web, jinetes y ganaderos de todo el país y del extranjero estaban siendo recibidos allí. Cada caballo que salía de allí era perfecto. Era lo único en lo que Pedro insistía, al igual que Juan, que estaba totalmente de acuerdo con los criterios de su jefe. Al igual que Paula, que cuidaba de los caballos que tenía a su cargo con pasión y sabía que cuando se marchara de allí no sería Pedro el único al que echaría de menos con toda su alma. Y al igual que Nicolás, que estaba allí siempre que no estaba en la escuela, siguiendo a Pedro allá adonde iba. Paula se imaginaba que adoraría a Pegaso, el caballo que le había regalado Pedro, pero la realidad era que adoraba más todavía a él. Era amigo de Paula, respetaba a Juan y le gustaban sus perros. Además, quería a Pegaso, pero vivía para Pedro. Por muchas cosas interesantes que Juan y ella pudieran estar haciendo con los caballos, si Pedro estaba haciendo algo tan básico como rellenar baches del camino, para Nicolás eso era lo más fascinante que podía estar viendo.


1 comentario:

  1. Que lindo es Nicolás! Ojalá Pedro le de un lugar más importante en su vida...

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