lunes, 16 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Prólogo

 —¡Catalina! ¡Pero qué guapa estás! —dijo Pedro entusiasmado a su chica favorita, ganándose una enorme sonrisa como premio por el cumplido.


Catalina había elegido ella sola un conjunto de lo más espectacular que consistía en una camiseta de rayas multicolores, un peto vaquero, un delantal rosa de volantes y unas zapatillas amarillas. Su pelo rubio estaba adornado con cintas y lazos de todos los colores, que en una niña de cuatro años quedaban bien. La niña se lanzó hacia los brazos abiertos que la esperaban y Pedro se tambaleó como si su sobrina tuviera la fuerza de un huracán.


—Estarás muy guapa, pero pesas muchísimo. ¿No habrás tomado ladrillos en la comida?


—No.


—¿Elefantes?


—¡No!


—¿Tarta de chocolate?


Ella se echó hacia atrás y sus enormes ojos marrones se abrieron como platos.


—¿Cómo lo has adivinado? —preguntó ella, casi susurrando.


Pedro le palpó la tripita mientras le hacía cosquillas.


—Aquí noto algo con forma de tarta de chocolate.


Catalina se encogió, riéndose sin parar.


—¿No tenías que ir a algún sitio? —recordó Luciana, la madre de Catalina, a su hermano, en tono cariñoso.


Pedro arrugó el ceño al mirar el reloj.


—Es imposible que llegue a tiempo, así que diez minutos más no van a suponer una gran diferencia.


La expresión de Luciana mostraba que no estaba nada de acuerdo con aquello.


—¿Me vas a llevar a la guardería esta tarde, tito Pedro? — preguntó Catalina.


Pedro miró a su hermana buscando un gesto de confirmación, pero ella le señaló el reloj.


—Ya lo sé, ya lo sé —pero las prioridades de Pedro le decían que, en este caso, su cita podía esperar—. ¿Quieres que te lleve?


—¿Has traído el coche grande?


El coche grande era un jeep, con las ventanillas de plástico, barra antivuelco y rozaduras en la carrocería, que una vez fue negra brillante, producto de muchos kilómetros de conducción todoterreno. Por alguna extraña razón, a Catalina le gustaba más aquel coche que el estilizado deportivo que preferían sus hermanos. Iba a ser mujer de armas tomar, no una gatita glamurosa, y Pedro estaba impaciente por verla crecer.


—Claro que he traído el coche grande. Sabía que venía a verte.


—¡Entonces puedes llevarme!


Pedro la levantó en brazos y Luciana le pasó la mochila de Barbie de Catalina.


—¡Hasta luego, mami!


—Hasta luego, cariñito —respondió Luciana, dándole un sonoro beso en la mejilla.


—¡Hasta luego, hermanita! —Pedro le puso la cara para recibir otro beso, pero en su lugar, su hermana le dió un pellizco.


Cruzó el jardín a la carrera con su sobrina, desafiando la gélida temperatura de Melbourne en invierno, hasta «el coche grande» Le puso el cinturón de seguridad a Catalina y no pudo evitar sonreír al ver que los pies sólo le llegaban al borde del asiento. Ella notó su atención y volvió la cabeza hacia él, haciendo que sus ricitos rubios se balanceasen sobre sus hombros y le dedicó la más dulce de las sonrisas. Su corazón se encogió: cuando la dejara en la guardería, el coche parecería vacío, como su espaciosa casa, en la que un montón de habitaciones vacías esperaban llenarse de risas y juegos infantiles. Encendió el motor y pisó el acelerador más de lo que era necesario, el ruido del coche ayudó a alejar el sentimiento de soledad que no lo había abandonado en toda la mañana. Miró el reloj del salpicadero. Ya llegaba con quince minutos de retraso, pero ¿Qué significaban quince minutos cuando, independientemente de lo que hiciera ese día, cuando volviera a casa ésta seguiría siendo una casa enorme y vacía?

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