lunes, 2 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 45

Las rocas eran firmes, no había necesidad de que la sujetara, pero no pensaba soltarla. Y ella tampoco se apartó. No podía. Esa noche... El murmullo del agua... Pedro... La combinación estaba removiendo algo en su interior. El dolor que había sentido hacía una hora estaba reduciéndose a la nada. En ese momento solo importaba que estaba allí, con él, y que Pedro la llevaba de la mano. La llevó hasta el centro del riachuelo y después se puso en cuclillas tirando de ella.


–Mira –susurró y dirigió la linterna hacia el agua.


Ella miró y vió un agua cristalina corriendo sobre suaves guijarros. La luz estaba atrayendo a insectos, diminutas polillas y bichos. Había también hierbajos en el agua y pudo ver un pez plateado no más grande que su pulgar. Cuanto más miraba, más peces veía. Todo un universo bajo la linterna.


–Espera –dijo Pedro y ella esperó, tan silenciosa como la noche, cediéndole el mando–. Este es el mejor lugar –le susurró–. Si somos pacientes...


Un ornitorrinco. Con la luz de la linterna podía verlo con claridad. Medía poco más de treinta centímetros y estaba cubierto de pelo. Lo que parecía el pico de un pato era un morro alargado cubierto de piel suave y sus patas palmeadas resultaban extrañamente desproporcionadas. Nadaba con los ojos cerrados, sintiendo su comida más que viéndola, cazando un cangrejo del rocoso fondo, agarrando un pez y casi saliendo a la superficie para atrapar una de las polillas que había caído del brillo de la linterna de Pedro. Una vez había visto uno, en un zoo, pero allí, viendo esa extraña criatura en su hábitat, la sensación era indescriptible. No podía creer que estuviera en ese lugar. ¡Y con ese hombre! Inconsciente, o casi inconscientemente, agarró de nuevo la mano de él. Necesitaba esa mano para sujetarse. O tal vez... tal vez... simplemente necesitaba su mano.


–Es un pequeño hambriento –dijo Pedro haciendo como si no fuera consciente de que le había agarrado la mano, pero sujetándola con calidez–. Necesita comer al menos una tercera parte de su peso corporal cada día.


–Me pregunto si le gustará el pollo a la cacciatore –dijo y él sonrió.


–Muy bien cocinado, por cierto. ¿Debería preguntárselo?


–Es mi desayuno lo que vas a ofrecerle –contestó y siguió mirando.


La pequeña criatura parecía ajena a su presencia, tal vez creía que la linterna era la luna, tal vez ni siquiera la veía. Por la razón que fuera, iba hasta la orilla para digerir lo que había encontrado y volvía a la caza. A Paula le estaban empezando a dar calambres en las piernas por la postura, pero no quería que esa experiencia terminara.


–Si nos quedamos aquí mucho rato más, vamos a tener que llamar una grúa –dijo Pedro–. Se me van a dormir las piernas. Las tuyas son mucho más jóvenes que las mías. ¿Quieres levantarte y tirar de mí?


Ella sonrió, lo hizo y él se levantó deprisa quedándose demasiado cerca. O no demasiado...


No hay comentarios:

Publicar un comentario