lunes, 23 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 19

 —Vaya, imposible. Ahí no hay nada que pueda hacer yo —él sonrió y ella deseó pegarle—. Pero al menos sabemos que estamos libres de caer en los brazos del otro.


Ella intentó convencerse de lo poco apetecible que sería caer en sus brazos.


—Perfecto entonces. Me siento mejor con un cliente una vez que sé que no va a sucumbir ante mis encantos.


—¿Por dónde empezamos? —preguntó él.


—¿Cómo?


—¡Nuestro proyecto! Convertirme en el marido perfecto para la siguiente y afortunada señora Alfonso, ¿Recuerdas?


Él se dió cuenta de que ella se estaba poniendo de mal humor: ella era una abogada sin piedad, exhaustiva que tendría que estar en todo momento por encima de su cliente. Habían llegado a la Plaza de la Federación. Pedro parecía entusiasmado.


—¡Perfecto! Nunca había estado aquí.


Tomó a Paula de la mano, lo que le provocó a ella unos deliciosos escalofríos y la obligó a subir los escalones a la carrera hasta la entrada del parque donde la gente acudía a hacer picnics y a acampar ante la pantalla que proyectaba cine al aire libre.


—¿Era esto le que me tenías preparado? La verdad es que no parece fácil conocer a la mujer de mis sueños aquí, a no ser que tú la distraigas mientras yo me meto en su saco de dormir.


Paula tembló. Con las prisas se había dejado el abrigo en el bar y el vestido negro sin mangas, las medias y los zapatos de tacón no resultaban de mucho abrigo. Sintió aún más frío al pensar en todas aquellas parejas abrazadas bajo el cielo estrellado.


—No me importaría meterme contigo en el saco —dijo, arrepintiéndose al instante de haber pronunciado esas palabras—. Quiero decir...


Una sonrisa se dibujó lentamente en la cara de Pedro.


—No te preocupes. Sé a qué te refieres —dijo, pasándole un dedo por la helada nariz—. Está rosita. Esta noche helará.


Paula cruzó los brazos para no dejar escapar el calor de su cuerpo mientras miraba los cautivadores ojos de Pedro que reflejaban toda la luz de las estrellas. No podía entender cómo en un solo hombre se podía contener tanto carisma y belleza. A alguien allí arriba, debía caerle bien. Aquí abajo estaba claro que le gustaba a todo el mundo. A todo el mundo excepto a ella, claro. Ella se sentía atraída por él, pero eso no quería decir que le gustara.


—Vamos —rió Pedro—. Vamos a entrar a algún sitio.


Abrió su cálido abrigo y arropó a Paula con él. Hacía demasiado frío como para protestar y ella agradeció su calor mientras caminaban en busca de un restaurante. Sentía su piel arder bajo el firme abrazo de Pedro. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo.


—¿Aún tienes frío? —preguntó él con voz queda.


Ella asintió con la cabeza, aunque nada más lejos de la realidad. Tomándole la palabra, Pedro le pasó el brazo por debajo del abrigo para colocarlo sobre el brazo de ella. Ella se preguntó alarmada si él se quemaría al tocarla, pues sentía que su cuerpo estaba en llamas por el contacto con el de él. Le daba igual todo lo que habían hablado antes. Se sentía muy a gusto entre sus brazos, no se sentía atrapada en absoluto, sólo calentita, segura y casi demasiado bien. Por eso no se sintió del todo contenta cuando por fin llegaron al restaurante y tuvo que salir de su persuasivo abrazo.

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