lunes, 9 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 58

Nada había cambiado, pero todo había cambiado. ¿Jefe/empleada? No tanto. Pedro le pagaba el sueldo y, supuestamente, le daba órdenes, pero en algún punto de aquella noche de pasión la dinámica había cambiado. ¿Ahora eran iguales? Esa granja necesitaba un gran trabajo, pero desde el momento en que Paula salió de la cama de Pedro como en una ensoñación y se puso la ropa de trabajo, dejó de sentir que aquello era un trabajo. Sintió que la granja era parte de ella y haría todo lo que estuviera en su poder para hacer que fuera maravillosa. Pedro valoraba su trabajo como veterinaria, aunque se había mostrado reacio a compartir con ella el trabajo duro y ahora ella insistía. Si iba a trabajar con la sierra eléctrica, ella también estaba allí y, de algún modo, eso que había surgido entre los dos parecía darle poder para insistir.


–Si te cortas una pierna, necesitarás a una veterinaria –le gritó y él sonrió.


–¿Sabes cómo volver a injertar un pie humano?


–En el teléfono llevo guardadas unas técnicas de cirugía de urgencia que he bajado de Internet –le respondió muy digna–. Me las apañaré.


Y fue con él y Pedro tuvo que despedirse de su rato de soledad, aunque si no le hubiera hecho ninguna gracia, le habría dicho que se marchara.


Aquel primer día mientras habían trabajado codo con codo lo había visto más de una vez mirándola, como intentando reunir fuerzas para decirle que se marchara. Pero cada vez que ella había visto esa mirada después había respondido haciéndole reír, haciéndole sonreír, pidiéndole que la ayudara con lo que estaba haciendo. Sabía que Pedro no se sentía relajado del todo con ese grado de intimidad que habían alcanzado, sabía que esperaba que se rompiera, pero por el momento trabajaban juntos y por la noche se metían juntos en la cama. Eran compañeros en todo el sentido de la palabra. Nicolás también estaba dándole mucha felicidad. Pedro lo había puesto a trabajar con Pegaso, que estaba muy tranquilo. Hacía falta enseñar a Nicolás a manejarlo como caballo de ganado y Paula pudo observar su trabajo maravillada. Era como si se hubiera arrancado una capa de la armadura. Ese hombre oscuro y solitario de pronto ya no lo era. Lo veía preocuparse, interesarse, sonreír y reír. Aunque de vez en cuando también podía ver tensión. Sabía que las sombras estaban ahí, que había dejado a un lado la armadura, pero no la había tirado del todo. Sin embargo, creía que entre Nicolás y ella podrían luchar contra cualquier armadura. ¿En cinco meses? No, se negaba a pensar en eso. Cualquier cosa podría pasar en cinco meses y, por el momento, su vida allí era maravillosa.


Dos semanas después, llegaron las nuevas ventanas que harían que la casita de los empleados quedara protegida del agua, así que ahora Pedro podría acomodarla como unas dependencias acogedoras y Paula podría mudarse y ser la empleada independiente que él siempre había querido. Pero no se mudó. Precisamente que estuviera alojada en la casa principal, que la casita de empleados estuviera libre, hizo posible la llegada de Juan Barratt, un hombre mayor enjuto con unas manos mágicas para los caballos. Ese era el hombre que Pedro había buscado para convertir Werrara en criadero y granja de entrenamiento. Juan llegó con sus dos perros, su sonrisa y su deferencia. A Pedro lo llamaba «Pedro» por mucho que fuera su jefe porque se sentía como un igual, pero a Paula la llamaba «Señora» y no hubo forma de hacer que la tuteara.


–Veo cómo la mira Pedro –le dijo y sonrió–. Si él es el jefe, usted es la «Señora». No me diga que no es verdad.


La trataba con más respeto que a Pedro y eso hacía que Paula se ruborizara.


–Soy yo la que debería dormir en la casa de empleados –le dijo a Pedro y él sonrió y la abrazó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario