viernes, 6 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 54

Él estaba contemplando la luna, como ausente, y a ella se le encogió el corazón. De algún modo, conocía a ese hombre. Era fuerte, callado y sabio. Trataba a sus caballos con una habilidad y una comprensión que le quitaba el aliento, y era tan guapo que haría que el corazón de cualquier mujer diera volteretas. Era como un héroe. Sin embargo, no era al héroe al que estaba viendo en ese momento. Estaba viendo a un chico cuidando desesperadamente de su hermana, enfrentándose a una carga demasiado pesada incluso para un adulto. Estaba viendo a un hombre que había aprendido que preocuparse y sentir por los demás hacía daño. Y aquel día su corazón se había salido del escudo protector que él se había construido a su alrededor y había quedado expuesto en más de un aspecto. Se había encariñado con Nicolás. Le había prometido que le enseñaría, que le dejaría ir a la granja siempre que quisiera y cualquiera que hubiera visto la expresión del chico al oírlo podría haber comprendido lo que esa promesa significaba. Significaba que cada tarde, después del colegio, cada fin de semana, cada fiesta, Pedro tendría en él a su sombra personal porque cuando se trataba de querer a alguien, de preocuparse por alguien, no existían las medias tintas. Hasta ese momento se había encerrado en sí mismo, pero aquel día había prometido cuidar de Nicolás y se había abierto a lo que fuera que tanto lo aterrorizaba. La armadura de Pedro se había resquebrajado, pero tal vez al día siguiente ya la tendría reparada de nuevo y en su sitio. Tal vez al día siguiente él dejaría en esa armadura un hueco del tamaño de Nicolás, pero volvería a sellarla para dejar fuera todo lo demás. Así que esa noche... Ella nunca se había puesto una armadura en lo que a ese hombre concernía; directamente se había enamorado de él y seguía haciéndolo. Era su maravilloso Pedro, el tipo que la removía por dentro como no creía que nadie pudiera hacerlo nunca. Y mientras lo observaba en la oscuridad, pensaba que ese podía ser el hombre al que amar con toda su alma. Su madre le había prometido que encontraría a alguien y, tal vez, ya lo había hecho. De modo que, tenía que hacer algo. Se sentó a su lado en los escalones del porche y le agarró la mano.


–Pedro, hoy has estado maravilloso –le dijo simplemente antes de añadir–: Tenemos cinco meses juntos. No hay promesas de futuro, pero tal vez estos cinco meses podrían ser especiales para los dos. Tal vez no te haría daño que me dejaras acercarme a tí.



El mundo se detuvo en seco. Nada se movía. Nada respiraba. Las palabras quedaron pendiendo en el cálido aire de la noche esperando a estallar. O todo o nada. Ella era de las que lo decían todo; tal vez sus palabras la metían en problemas, pero ¿Por qué no decirlo?


–¿Por qué? –preguntó Pedro finalmente con una voz tan desgarrada que ella quiso rodearlo con sus brazos y abrazarlo eternamente.


–¿Porque a los dos nos ayudaría? –dijo intentando hablar con ligereza, pero sin lograrlo. En ese momento supo que debía decir más–. No estoy segura, pero lo que estoy sintiendo... He tenido novios. Han sido divertidos, han sido amigos y creía que eso era todo en una relación, pero ahora... Mi madre me dijo que algún día me pasaría, ¡zas! Y ahora tal vez haya pasado ese ¡Zas!


–¿Zas? –preguntó él asombrado, aunque con un maravilloso brillo en la mirada.


–Bueno, no a primera vista –admitió–. Primero me aterraste ahí plantado con tu chubasquero negro en medio de la tormenta y soltando todas esas tonterías machistas. Pero miré dentro de tí y pensé «Aquí hay un hombre al que quiero abrazar y que quiero que me abrace. Es un hombre que...».


Y entonces se calló. Había intentado hablar con ligereza, pero no le estaba funcionando. Pedro la miraba con intensidad y de pronto ya no quedaba espacio más que para la verdad.


–No sé. No sé qué es lo que me hace sentir lo que siento por tí. ¿Cómo explicarlo? Es por cómo me miras. Es por cómo te preocupaste por Daisy aquella primera noche y me hiciste un huevo escalfado. Es por cómo me enseñaste el ornitorrinco y cómo me dejaste arreglar la baranda del porche sola y después te quedaste entusiasmado porque eso había podido hacerlo una simple mujer. Es por cómo me confiaste tus caballos desde el primer momento y respetas mi formación. Es porque me haces sonreír y sé que estás dolido y que hoy se te ha roto algo por dentro cuando creíamos que Nicolás estaba muerto y sé... Sé que si estos cinco meses son todo lo que puedo tener de tí, entonces los aceptaré con mucho gusto. Me aferraré a tí todo lo que quieras.

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