viernes, 27 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 26

 —No me gustan las sorpresas —dijo ella, encogiéndose de hombros.


Esperó que Pedro dijese algo más, pero no fue así. Le colocó el abrigo mejor sobre los hombros y hasta lo abotonó por ella.


—Vamos, te buscaré un taxi.


La condujo hasta la puerta con una mano protectora sobre su espalda. ¿Qué tenía aquel hombre en los dedos? Aun a través de la lana del abrigo, Paula podía sentir el calor natural de su piel. Una vez fuera, los dedos mágicos de Pedro no bastaron para mantenerla en calor: El aire era gélido. Un taxi se detuvo ante la llamada de Pedro. Estaba claro: Si todo el mundo se rendía ante los encantos del señor Alfonso, ¿Por qué no iban a hacerlo los taxis nocturnos? Ella se desabotonó el abrigo de Pedro y se lo devolvió.


—Quédatelo. Ya me lo devolverás otro día.


—No —dijo ella, sacudiendo la cabeza. Aquel aroma a jabón ya la había embriagado bastante y no quería que le invadiera la casa— . Recogeré el mío en Fables antes de regresar a casa.


Él la miró con el ceño fruncido, pero asintió y tomó el abrigo. Le abrió la puerta del taxi y le dio la dirección de Fables al conductor. Paula se acomodó en el asiento y se ajustó el cinturón de seguridad, ansiosa por marcharse.


—Adiós, Pedro.


—Hasta pronto.


Paula le dedicó una breve sonrisa antes de cerrar la puerta. El conductor arrancó enseguida y ella se lo agradeció.



Lo primero que hizo Paula el jueves fue acudir a la reunión del bufete con un café de Roberto en la mano y las ideas claras. Pedro Alfonso tenía que marcharse. Apenas había dormido la noche anterior y en todos sus sueños había aparecido él: Aquello había sido la gota que colmaba el vaso. Cuando estaba con él, la idea de lograr el objetivo de su proyecto era muy tentadora, pero cuando estaba sola, sin verlo al otro lado de la mesa confundiendo su razonamiento, podía pensar con más claridad. Lo que la había mantenido despierta toda la noche no había sido el Pedro playboy enloquecido, sino la visión de un hombre atento, amable y tímido, y sabía que por más éxito que tuviera si lograba su propósito, no merecía todo el lío que aquel hombre estaba provocando en su paz interior. Por eso tenía intención de dejarlo. Era el único modo de que sus planes continuaran su proceso como ella lo había diseñado, como a ella le gustaba. Para entonces todo el bufete sabría de la llegada de Pedro Alfonso y necesitaría darse prisa en explicarles que no le parecía un buen cliente.

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