viernes, 6 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 52

 –Está bien y tranquilo, aunque creo que tiene la sensación de que ha estado metido en algo horrible.


–No ha sido tan horrible y, además, no ha sido culpa suya. Nunca había tenido que saltar por el agua, así que, ¡Claro!, ha tenido que dar un giro brusco –estaba muy pálido.


–Me alegra que todo haya salido bien –susurró ella.


–Gracias a Dios que estábamos allí. A veces resulta que el no preocuparte por...


–Hey, no ha sido culpa tuya –le contestó Paula haciéndole una última caricia al caballo y abriendo la puerta de la cuadra–. Has hecho lo correcto. Le prohibiste montar.


–Su padre le enseñó a querer a los caballos, y yo sabía que no dejarle montar era cruel.


–Y lo has solucionado.


–He hablado con Brenda. Está tan ocupada con sus dos hijas y con los problemas económicos que no se ha preocupado de las necesidades de Nicolás.


–¿Y ahora sí?


–No sé si será posible, pero él vendrá mañana. Puede ocuparse de Pegaso e incluso ayudarme a entrenar.


–¡Guau! –susurró Paula–. Oh, Pedro, es maravilloso.


–Sí, y cuando vuelvas a casa, seguiré haciéndolo –dijo con aspereza–. Si no fuera por tí, Paula...


–Yo no he hecho nada. Has sido tú –lo miró a la cara y vió tanta angustia que el corazón se le retorció de dolor. 


Ya no tenía más opción que cuidar del chico. Y si era capaz de preocuparse de un niño... «No vayas por ahí», se dijo rápidamente. Le quedaban cinco meses más de empleo allí, eso era todo. Después, tendría que marcharse. Que, por cierto, era lo que quería..., ¿Verdad? Volver a los Estados Unidos con unas brillantes referencias, encontrar un trabajo con uno de los mejores rancheros, y demostrarles a su familia y amigos que no era solo una rubia guapa que había estudiado para cuidar gatitos. Eso era lo que quería, ¿Verdad? Tenía que serlo, pero ese guapísimo héroe herido que tenía justo delante estaba cambiando algo en su interior. En ese momento quería dar dos pasos al frente, rodearlo por la cintura y abrazarlo, abrazarlo con fuerza, hasta que la armadura que se había construido a su alrededor se desintegrara hasta quedar en nada. Pero cuando dió medio paso al frente, él salió de la cuadra y se giró.


–Voy a la colina. Tengo que asegurarme de que Nicolás no ha dejado las puertas abiertas –dijo con más brusquedad de la necesaria.


–¿Quieres compañía?


–No. Vete a la cama.


–¿Es eso una orden, jefe?


–Si es necesario, sí. Buenas noches, Paula.


–Buenas noches –susurró ella.


–Oh, y Paula...


–¿Sí?


–Gracias por lo de hoy. Lo hemos salvado. No estoy seguro de que yo hubiera podido hacerlo solo.


–Claro que habrías podido –le respondió con voz temblorosa–.  Has practicado solo lo suficiente como para ser realmente bueno en ello.


Pedro comprobó las vallas y puertas del cercado y pasó más tiempo allí arriba del necesario. Se sentía como si Paula pudiera ver en el interior de su cabeza y saber lo mucho que lo asustaba que un niño pudiera necesitarlo. Y tal vez también podía sentir lo desesperado que estaba por intentar que ella no le importara. Candela había muerto y una parte de él había muerto con ella. No quería volver a sentirse así. Pero allí estaba Paula, entrometiéndose constantemente como si fuera su conciencia, con sus risas, con sus aptitudes en el trabajo, con su... El hecho de que ella estuviera allí, con su buen humor y su simpatía, había hecho que Nicolás se atreviera a volver a la granja después de que Pedro se lo hubiera prohibido al poco tiempo de que Brian se hubiera esfumado. Todo giraba en torno a Paula. Decidió que debía dormir. ¿Dormir? ¡Qué risa!


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