miércoles, 18 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 10

Paula volvía a la oficina después de su clase de gimnasia Pilates vestida con una camiseta de tirantes, mallas de gimnasia ajustadas hasta los tobillos y zapatillas blancas. Iba silbando una canción que había escuchado en la radio del taxi aquella mañana mientras se dirigía al trabajo. Llevaba la toalla sobre el cuello y su pelo caía sobre ella. Una vez en la oficina, se quitó la toalla del cuello, puso en escena un movimiento de trasero bastante espectacular al ritmo de los últimos compases de la canción y tiró la toalla por encima de sus hombros hacia el sofá. Se detuvo en seco al no oír el suave golpe de la toalla al caer.


—Buenos días, Paula —dijo una voz profunda y sexy.


Ella se giró, intentando contener con la mano el grito que escapó de su garganta, y encontró a Pedro Alfonso sentado en su sofá, con su toalla en una mano. Tuvo que resistirse para no golpearlo por haberle dado aquel susto.


—Según tu agenda, tenías que haber llegado —miró su reloj—, hace tres minutos y veinte segundos. Me estaba empezando a preocupar.


—¿Ha leído mi agenda? —masculló ella.


—No he podido evitarlo. Está abierta sobre tu escritorio... ¡Nunca había conocido a nadie que apuntara en su diario lo que se iba a poner a lo largo de la semana!


—Llevar el asunto de la tintorería con eficiencia no es cosa fácil. ¿Qué tiene de malo ser organizado? ¿Qué tiene de malo?


Paula sacudió la cabeza intentando recordar cómo había empezado aquella conversación.


—Creo que lo importante en este momento es saber qué demonios está haciendo aquí, señor Alfonso. Puedo asegurarle que el contrato que usted firmó es legal y lo compromete, por lo que no da lugar a que insista para que realicemos cambio alguno.


Pedro se quedó inmóvil. Acababa de ver la insignia de Barbie bordada sobre la toalla de Paula. La sonrisa que le lanzó era inquisitiva e... ¿impresionada?


—Es la toalla limpia más pequeña que he podido encontrar en casa esta mañana —farfulló ella.


Pedro asintió, como si aquella explicación hiciera parecer la escena menos ridícula, después la obligó a esperar hasta que hubo doblado la toalla cuidadosamente y la dejó a su lado. Ella no pudo evitar darse cuenta de lo terriblemente delicioso que estaba con aquel jersey negro. Tenía el pelo revuelto por el viento y su tez morena estaba ligeramente ruborizada. Sus ojos brillaban bajo la débil luz de la mañana y parecía demasiado despierto para la hora que era. Él se dió cuenta de que ella lo estaba observando y volvió a sonreír, casi con languidez, y ella sintió un vuelco en el estómago. Claro, sería el hambre por no haber desayunado nada antes de la clase de gimnasia.


—Pensaba que tal vez pudiéramos tener una pequeña charla —su sonrisa se iluminó, traviesa—, pero a lo mejor te pillo en mal momento.


—¿Lo dice por cómo voy vestida? —dijo ella, pasándose una mano por el cuerpo tan insuficientemente cubierto—. No, por Dios. Hoy es miércoles. Los miércoles siempre llevamos ropa muy informal.


Pero no era su escueto vestuario lo que la molestaba, sino que el día anterior al menos había estado preparada para la terrible embestida que él le suponía. Entonces era la señorita Chaves, abogada, y su apariencia, su firmeza, habían sido los elementos de un número de magia en el que ella se sentía muy cómoda en su papel. Ahora estaba como sedada por la sorpresa y no estaba lista para aquel despliegue de encantos. Entonces era Paula la dormilona, Paula, la de la toalla de Barbie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario