viernes, 6 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 51

Pero entonces, según Pedro lo alzaba por encima de su pecho, el niño se movió, tosió y comenzó a vomitar violentamente. Pedro llegó a la orilla, se arrodilló y tendió a Nicolás de lado para dejarlo respirar. Paula se acercó, se quitó la camiseta y le limpió con ella la cara mientras Pedro, arrodillado, sujetaba el cuerpo en sus brazos. Lo miró y esa mirada fue suficiente. Su rostro estaba absolutamente pálido. No soltaba al niño mientras ella le limpiaba la cara y le susurraba que estaba a salvo, que Pedro lo tenía en sus brazos, que no pasaba nada. Y a la vez que le hablaba veía cómo él agarraba al niño con más fuerza, como si estuviera asumiendo lo mucho que esa tragedia los había unido.


–Alazán... –susurró Nicolás, su primera palabra, saliendo con dificultad de su boca, como si su garganta siguiera llena de agua. Pedro cerró los ojos como si esa palabra lo hubiera sacudido físicamente.


–El caballo está bien –dijo con la voz entrecortada–. Casi te matas y lo primero que piensas es en el caballo.


–No quería hacerle daño –la voz del pequeño era todo un sollozo–. Quería a Pegaso, pero estaba demasiado lejos y esta noche quería un caballo. Quería... Algo.


Fue un llanto salido directamente del corazón, un desgarrador sollozo que sacudió la noche. Que sacudió a Paula hasta lo más profundo de su ser. Se hizo un largo, largo silencio.


–Bueno, no es caballo para tí –dijo finalmente Pedro y ella supo que estaba intentando controlarse desesperadamente–. Alazán necesita un buen entrenamiento antes de que sea un caballo seguro.


–¡Puedo... Puedo montar!


–Si has podido llegar con él hasta aquí, entonces veo que puedes, pero él y tú tienen que trabajar. Si necesitas tanto un caballo, de acuerdo, por la mañana hablaremos sobre la posibilidad de que te quedes con Pegaso y cuides de él y, mientras, puedes ayudarme a entrenar a Alazán. Puedes mejorar tus habilidades y a partir de ahí iremos viendo.


–¿Quieres decir...? –Nicolás apenas podía hablar. Seguía casi paralizado por el miedo y el sobresalto, pero aun así, bajo la luz de la luna era inconfundible su mirada esperanzada–. ¿Me dejarás montar?


–Si tengo que elegir entre eso y dejar que te mates, no me queda otra opción. Ahora vamos a casa, jovencito. Tu madre estará histérica.


–No es mi madre –contestó Nicolás con una voz que casi le partió el corazón a Paula–. Es Brenda y ni siquiera se habrá enterado de que no estoy en casa.


-Pronto se enterará –dijo Pedro–. Puede que, después de lo de esta noche, Brenda y yo tengamos que replantearnos lo que necesita un niño.


Pedro llevó a Nicolás a casa y Paula llevó a Alazán al establo, donde lo calmó y lo examinó por si tenía alguna herida o lesión. Podía ver por qué lo había elegido Nicolás. Era, simplemente, un caballo magnífico.


–No ha sido culpa tuya –le dijo mientras lo acariciaba–. Tienes cualidades para ser un gran caballo de ganado y Nicolás tiene cualidades para ser un gran ganadero, pero los dos necesitan entrenamiento. Pedro es su intermediario. Creo que esto les vendrá bien a los tres.


Lo acarició y cepilló más tiempo del necesario esperando a oír el ruido del todoterreno. Cuando finalmente lo oyó, esperó un poco más a que Pedro apareciera en el establo. Lo vió muy nervioso y con gesto adusto.


–¿Está bien? –preguntó.


El caballo. Por supuesto, estaría preocupado por el caballo.

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