miércoles, 11 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 61

 –No sé qué hacer –dijo Pedro la noche del relleno de baches y Paula sonrió.


–¿Aceptarlo? No hace ningún daño.


–No puede durar.


–¿Por qué no? No vas a ir a ninguna parte y ya se le pasará la veneración que siente por su héroe.


–Sí, ya –respondió, aunque ella sabía que el tema seguía preocupándolo.


Sentía algo por el niño, pese a todo... «Pese a...». Ahí estaba otra vez.


–Es sábado por la mañana, ¿Qué tal si nos damos el día libre?


–Un día libre –repitió Pedro como si fuera otro idioma.


–Nunca he ido a la cumbre, lo he estado hablando con Nicolás y dice que hay una cascada. Su padre lo llevó allí una vez, ¿Lo sabías?


Sí que lo sabía, Paula podía verlo en su expresión.


–Está a ocho kilómetros. Tú y yo.


–Y Nicolás –se apresuró a decir. 


Pedro y ella trabajaban juntos, dormían el uno en brazos del otro y, aun así, pasar tiempo libre juntos parecía una cosa totalmente distinta. Cada noche después de cenar, él se metía en su despacho y ella leía, veía la televisión o escribía a su familia y se reunían cuando era la hora de dormir, pero Paula sabía que la idea de un poco más de intimidad era otro paso que a él lo dejaría sintiéndose expuesto. Y no quería que se sintiera así, quería que sintiera que a su lado estaba a salvo, que con ella la terrible soledad y responsabilidad que había tenido de niño habrían llegado a su fin, pero eso había que hacerlo paso a paso: un picnic acompañados de Nicolás.


–Sé que tienes más baches que rellenar –bromeó–, y sé que Nicolás se muere por ver cómo los rellenas, pero todos mis pacientes están en perfecto estado, no hemos quedado con ningún comprador, Juan es más que capaz de vigilar el fuerte y yo puedo preparar sándwiches.


–¿En serio? –sus oscuros ojos se iluminaron–. ¿Sándwiches de qué puntuación?


–De diez, si hubiera tenido más tiempo para prepararlos – respondió y sonrió–. Pero ya que es un picnic de última hora, serán solo de siete. Aunque mi hermano dice que mis sándwiches de beicon son de diez aunque parezca que se van a desmontar. ¿Qué dices, Pedro? ¿Podemos tomarnos un día libre y divertirnos?


–Debería...


–Siempre estás con el «Debería» –le dijo con delicadeza–. Es que me apetece mucho ver la catarata. Nicolás se ha ofrecido a llevarme, pero no me fío de que no nos pierda. 


Eso era un golpe bajo. Ocho kilómetros de arbustos en los que podían perderse y Pedro lo sabía.


–No pueden ir solos –gruñó.


–Pues entonces, baches o picnic, ¿Qué va a ser, Pedro Alfonso?


Y él accedió. «Pese a...».


Sábado por la mañana. Como de costumbre, Nicolás llegó antes de las ocho y desde el momento en que Paula le dió la noticia del improvisado picnic y vió el brillo y la felicidad de su cara, supo que sería un día para recordar. Llamaron a Brenda para pedirle permiso, pero la verdad era que a la mujer le dió igual. Estaba acostumbrada a que Nicolás pasara en la granja la mayor parte del tiempo y Paula pensó que incluso era un alivio para ella. Brenda estaba haciendo «Lo correcto» con Nicolás, pero no lo estaba haciendo de corazón. Estaba cuidando del chico «Pese a...». «No, no pienses en eso otra vez». Ensillaron los caballos, llenaron las alforjas de sándwiches, fruta, bebidas y trajes de baño y se pusieron en marcha. Juan salió del establo para decirles adiós.


–Parecen una pequeña familia –dijo y Paula vió cómo le cambió la cara a Pedro, pudo verlo a pesar de que él se recompuso en un instante.


Una familia. Eso no iba con él. ¿Serían cuatro meses suficiente para cambiar algo tan intrínseco en él? Se negaba a preocuparse por ello aquel día. Lo pasaría genial... «Pese a» esas dudas.

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