miércoles, 25 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 24

Pedro se mordió un labio. Lo último que deseaba era entrar en detalles de cada una de sus relaciones. Se había negado a seguir terapias y había evitado consejeros matrimoniales, incluso había conseguido evitar los análisis de su ex. No tenía ninguna intención de afrontar aquello en ese momento. Alargó una mano y le tomo la suya a Paula.


—Dejémoslo, ¿De acuerdo?


Ella se quedó mirando fijamente sus manos juntas como si hubiera entrado en trance. Un segundo después, lo miró a él y por primera vez desde que se vieron, bajó la guardia. Los ojos de Paula hablaban a gritos y Pedro empezó a sentir la electricidad entre los dos. Aquello iba contra las reglas que él había establecido, pero le quitó el bolígrafo de la mano, lo dejó con cuidado sobre la mesa y envolvió su mano en las suyas, con ternura y calidez. Las manos de Paula eran muy blancas y suaves, y se adivinaban las venas bajo la piel. Llevaba las uñas muy cortas y sin pintar. Le gustaban mucho más que las de Macarena, cuyas uñas eran largas, duras, rojas y con un mantenimiento costosísimo. Sus manos eran suaves; apenas conocían el sol y los trabajos manuales más allá de teclear en un ordenador. Sintió el deseo casi inmediato de levantar su mano hasta sus labios y besar la suave calidez de su palma. Recorrió sus dedos con los suyos y vió también que, diferencia de sus ex, no llevaba anillos. Y lo que era más importante: ¡No llevaba anillo de compromiso!


—Es usted Pedro Alfonso, ¿Verdad?


Paula salió del trance y consiguió recuperar su mano de las cálidas caricias de Pedro. Al levantar la vista en la dirección de donde venía la voz vio un grupo de jóvenes ejecutivos que miraban a él. Uno de ellos la miró de arriba abajo y ella supo que la estaba comparando con la ristra de bellezas con las que había sido fotografiado Pedro. Tuvo que luchar contra el deseo de gritar «¡Soy su abogado, no su ligue, imbécil!» Se giró hacia Pedro, enfadadísima, esperando verlo complacido de ser el centro de atención, pero sus ánimos se calmaron cuando lo vio sonriendo, pero sin que la sonrisa se reflejase en sus ojos.


—¿Ves? —dijo uno de los jóvenes a su amigo—. Te dije que era él.


—¿Qué puedo hacer por vosotros, chicos? —preguntó Pedro con voz fría.


—Le vimos en el Torneo de Coolum, hace seis o siete años.


Estábamos allí de vacaciones y nuestros padres nos llevaron para que lo viéramos jugar. Mi padre decía que habría sido el mejor jugador australiano si no hubiera sido por aquel accidente. Una chispa brilló en los ojos de Pedro. ¿Accidente? Le sonaba de algo, pero Paula no recordaba haber leído nada así en su expediente. Debían referirse a algún fallo de golf, o tal vez se hiciese daño en la espalda practicando alguna posición tántrica con una pareja de rubias perfectas. Si había sido así, le estaba bien empleado.

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