lunes, 16 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 5

Paula se agitó, incómoda, en su asiento. Estaba sorprendida de ver que su oponente parecía estar disfrutando de aquel momento. Ella odiaba las sorpresas: si sabía lo que se le avecinaba podía enfrentarse a ello, pero en caso contrario... Mal asunto. «No», se dijo a sí misma. No habría sorpresas, todo iría bien. Ella estaba lista; no estaba en absoluto nerviosa. Bueno, no demasiado, en cualquier caso.


—Señor Campbell, señor Alfonso, vamos a acabar con esto cuanto antes para poder pasar a asuntos más agradables.


Pedro la miró divertido y los «asuntos más agradables» que invadieron su pensamiento hicieron que el corazón de Paula se acelerase. «¡Mal, Pau, muy mal!» Paula tomó el cristal de ágata y le dió el mejor uso posible en ese momento, como pisapapeles. El flujo de energía y la belleza interior podían esperar. Al sentirse acorralada por él, se había despertado la fiera en ella que pronto borraría esa sonrisa fácil de su cara.


—Señor Alfonso —empezó ella—. Opino que mi cliente tiene derecho a unos beneficios mucho más elevados de lo que usted sugirió en primer lugar, y aquí puede ver una pequeña lista de razones irrefutables que lo demuestran.


Una hora después, todo había acabado. Antes incluso de que Paula hubiera lanzado su ataque, Pedro había capitulado. Él echó una ojeada al reloj y dijo:


—Lo siento, chicos, por dejar el juego a medias. Ha estado genial, pero tengo una cita. Dale a Macarena todo lo que quiera.


¡Aquello había sido toda una sorpresa! Aquel playboy de reconocido prestigio no había firmado un acuerdo prenupcial antes de casarse, así que conseguir todo lo que Janet quería había sido toda una sorpresa. Pedro tomó un bolígrafo de la mesa, firmó el contrato de Paula, dió una palmada en la espalda a su abogado y salió sin mirar hacia atrás. Había cedido una cantidad exorbitante de dinero por no romper una cita. En un hombre que parecía cambiar de mujer como cambiaba de zapatos, Paula no pudo evitar pensar quién podría ser tan importante para él. Y en algún punto de su anatomía, sintió una punzada de algo muy parecido a la envidia hacia la persona que fuera tan importante en la vida de Pedro Alfonso.



Una hora después, Pedro seguía intentando apartar de su mente a la abogada y la crítica que le había hecho. Una voz aguda lo llamó desde el otro lado del campo de fútbol australiano.


—¡Oye, Pedro! ¡Abre los ojos!


Pedro atrapó la pelota y regateó a los chicos que corrían a su lado, contento de poder desfogarse físicamente y ahuyentar la desoladora frustración que le había acompañado todo el día. Al poco rato ralentizó la carrera para que su sobrino mayor lo alcanzara, pero no demasiado para no hacerle creer que no se estaba esforzando.


—¡Te atrapé! —gritó Lucas, riendo.


—¡Sí, me has pillado! —Pedro sacudió la cabeza como si no pudiera creerlo mientras le pasaba el balón—. Eres demasiado rápido para un viejo como yo.


Lucas sonrió, orgulloso.


—¿Todo el mundo está listo? —gritó Lucas hacia el grupo que esperaba en el campo antes de echar a correr hacia el campo contrario.


Una mano adulta que se agitaba sin descanso atrajo la atención de Pedro. Echó un vistazo al terreno de juego y se aseguró de que había más adultos que controlaban el juego antes de salir del campo.


—¡Tenía ganas de verte! —dijo, abrazando a su cuñado.


—Oye, cuidado. Estás sudando.


Pedro se aseguró de limpiarse bien las manos sobre la camisa limpia de Daniel antes de apartarse de él.


—Te estás echando a perder, colega.


—¿Acaso puedes hacerlo mejor? Ven a jugar con nosotros — rió Pedro.


Daniel levantó las manos en un gesto de rendición.


—No, gracias. Me duele la rodilla ¿No te acuerdas?


Pedro levanto una ceja, incrédulo.


—Luciana me dijo algo de eso. Te diste un golpe con una mesa baja, ¿Verdad? ¿No fue hace tres semanas?


—Esa mesa tiene unas esquinas muy puntiagudas.


—Lo que tú digas —Pedro se giró y vió que Lucas lo llamaba desde el campo, con la pelota en su posesión de nuevo—. Tienes suerte de que esté yo aquí para que tus hijos hagan todo el ejercicio que necesitan.


—Claro, colega, claro. Oye, Lu me dijo que hoy era el día «D» de divorcio, ¿No?


—Sí —la enorme sonrisa desapareció de la cara de Sebastian a la vez que daba una patada contra el suelo.


—¿Qué se ha llevado ella? —Daniel agarró a Pedro de un brazo, sin darle importancia al sudor en esta ocasión—. Espero que no le hayas dado la casa de la playa. Lu y yo les habíamos prometido a los niños que pasaríamos una semana allí este verano.


—Ella nunca hubiera pedido la casa de la playa.


Las cejas levantadas de Daniel mostraban que no se lo acababa de creer.


—Creo que ha quedado demostrado que tú eras el último en saber lo que Macarena haría para conseguir lo que deseaba.


—En cualquier caso, ha conseguido mucho.


Daniel le soltó con una carcajada.


—Para ser una chica a la que no dimos demasiada importancia, ha dado un buen golpe.


—Ahora ya la conocemos. Pero no fue Macarena. Fue la abogada.


La abogada. Imposible apartarla de la cabeza. La película pasaba una y otra vez ante sus ojos, distrayéndolo hasta la frustración: Aquellas largas piernas, los ojos cautivadores y su pelo. Y las acusaciones que le había lanzado acerca de su modo de vida con tanta fiereza. No era la primera vez que lo llamaban playboy, y tal vez tuvieran razón... Pero la abogada le había llamado «Cavernícola neurótico para el que las mujeres eran tan sólo un complemento de su ego sobre inflamado» Y aquello le había dolido.


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