lunes, 30 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 34

 —¡Antonio!


Paula se soltó del abrazo de Pedro. Él sintió la necesidad de retenerla y acabar lo que ella había empezado, pero logró contenerse y guardarse las manos, desobedientes, en los bolsillos. Su mirada de halcón no se separó de ella mientras la veía correr hacia la puerta y el hombre la elevaba en el aire como si no pesara más que un gatito. Cuando la dejó en el suelo se inclinó y la besó con familiaridad muy cerca de los suaves labios, tan tentadores, que habían estado a punto de ser de Pedro hacía tan sólo un instante. Le pareció que todo aquello estaba fuera de lugar y sintió como si una garra femenina le arrancara el corazón del pecho. Darse la vuelta, como deseaba, no serviría para nada: no podría evitar escuchar toda la conversación a no ser que se tapase los oídos.


—¿Cuándo has llegado? —preguntó Paula.


—Ahora mismo —respondió el hombre con fuerte acento de Boston—. Intenté llamarte, pero saltó el contestador automático y ya sabes cómo odio esos chismes. Pero cuéntame... ¿Qué has estado haciendo?


Pedro tuvo que contenerse para no decirle que había estado cenando con él, envuelta en su abrigo.


—Trabajar, sobre todo —dijo Paula, sin darle la oportunidad.


—¿Y ahora?


Pedro apretó los dientes.


Paula dudó:


—Estoy con un cliente.


—Eso está muy bien —dijo Antonio.


—Ah, Pedro —llamó ella.


Era el momento de luchar por el Oscar a la mejor interpretación. Con una enorme sonrisa se dirigió a la pareja, tomándose su tiempo para analizar a aquel hombre de pie al lado de Paula. Era alto, delgado, vestido con un atuendo informal que olía a dinero. Un reloj caro y gafas de sol de diseño colocadas en la cabeza, las manos bien cuidadas reposando, posesivamente, sobre la cadera de ella.


—Antonio —empezó Paula con voz firme—, éste es Pedro Alfonso.


Antonio alargó la mano que no tenía ocupada.


—Antonio Lucas. Encantado de conocerlo.


—Amigo de Paula, supongo —tentó Pedro, sacudiéndole la mano con frialdad.


Antonio rió y Pedro dudó sobre la sinceridad de su reacción.


—Me gustaría pensar que soy mucho más que eso.


«¿Cuánto más?» deseó preguntar Pedro. «Dime ya que eres el famoso prometido y acabemos con esto» Pero la declaración no se produjo. Antonio entrecerró los ojos y Pedro volvió a pensar en que era un gesto estudiado.


—¿Nos conocemos?


—No lo creo —respondió Pedro, cruzándose de brazos—. ¿A qué se dedica?


—Soy abogado —dijo encogiéndose de hombros, como si fuera obvio—. Trabajo para la firma de la que depende Archer. Normalmente estoy en la oficina de Boston y soy profesor invitado en la Facultad de Derecho de Harvard.


«Muy bien, campeón», pensó Pedro.

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