lunes, 23 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 20

 Aunque era miércoles, aquel restaurante estaba lleno de gente.


—¿Tienes hambre? —dijo, quitándose el abrigo y poniéndoselo a Paula.


El abrigo le quedaba enorme; aunque Paula era alta, Pedro no había notado lo estilizada que era hasta que había notado su cuerpo contra el de él. Deseó seguir abrazado a ella bajo el abrigo.


—Tengo un hambre feroz, pero da igual. No conseguiremos que nos den mesa —dijo Paula con voz fría, mirando a Pedro y luego a la puerta.


Aunque en el restaurante hacía calor, Paula seguía temblando, y Pedro se preguntó si los temblores anteriores habrían sido de frío. Parecía que su breve encuentro bajo el abrigo había sido mucho más íntimo de lo que él había pretendido. Prefirió no hablar de ello para evitar problemas.


—Oh, vamos a ver qué pasa —dijo él, intentando atraer la atención del maître.


Tras una charla nerviosa con otro empleado, el maitre se dirigió hacia ellos pasando por delante de otras tres parejas que esperaban en la cola para saludarlos.


—Señor Alfonso —dijo el hombre—. Bienvenido a nuestro restaurante. Estamos muy complacidos que haya usted elegido visitarnos esta noche. Síganme, los acompañaré a su mesa, que ya está lista.


Pedro le ofreció un brazo a Paula, pero ella no se movió.


—Creía que nunca habías estado aquí —dijo ella, con la nariz aún rosa y temblando.


—Y no he estado.


—¿Tenías una reserva?


—No.


—¿Te está dando una mesa sólo por ser quien eres? —dijo mirando al maître, que les esperaba pacientemente.


—Eso parece.


—¿Porque te ganabas la vida dándole golpecitos a una pelotita blanca para meterla en un agujero? ¿Por eso vamos a comer antes que toda esta gente que lleva más tiempo esperando que nosotros?


Pedro miró a la cola de gente que esperaba, charlando animosamente y esperando ansiosas el momento de sentarse.


—No —dijo Paula sacudiendo la cabeza de un lado a otro.


Pedro tomó una bocanada de aire y se dirigió al maître poniendo una suculenta propina en la mano.


—Gracias, amigo, pero estas personas estaban primero. Nosotros pasaremos al bar.


El maître asintió, impresionado, sonriendo, y llamó a la siguiente pareja que esperaba en la cola, que no tenía ni idea de qué había pasado. Normalmente sus acompañantes disfrutaban de las atenciones que le brindaban por ser quien era. Aquélla había sido la primera vez que le ponían en su sitio por ello. Y le gustó. Ya estaba aprendiendo de ella. Colocándole la mano sobre la espalda, la llevó hasta una pequeña mesa del bar. Se intentaba convencer a sí mismo de que o hacía por cortesía, pero en realidad deseaba volver a sentir aquellas placenteras cosquillas que le había provocado su contacto. Paula se sentó, sin quitarse el abrigo, y al hacerlo volcó el salero. Sin perder un instante, tomó un pellizco de sal y lo lanzó sobre su hombro. El camarero acudió a su mesa en un instante. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario