lunes, 9 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 56

 –A Darcy le hizo falta casi un libro entero para darse cuenta de que quería a Elizabeth y para saber que su juicio estaba casi tan nublado como su orgullo. Así que lo único que digo es que juntemos a un hombre y a una mujer y veamos si pueden hacerse felices. No digo que vaya a funcionar, solo digo que podríamos... Ver qué pasa.


–Durante cinco meses –dijo él con un gesto carente de expresión.


–Ese es el contrato.


–Paula...


–Nada de promesas. Lo sé. Pero también sé que ahora mismo te quiero más que a la vida y quiero que tú me desees también. Y sé por tí que la vida es dura y que hay que medirlo todo, pero a veces de verdad creo que deberías ir ahí donde te lleve tu instinto. Corazón en lugar de cabeza. Hay que saltar sin mirar, sin importarte las consecuencias, aunque aquí la única consecuencia sería que vayamos a ser felices durante los próximos cinco meses. Así que estoy pensando...


–Estoy pensando que tal vez podrías parar de pensar.


Y, asombrosamente, Pedro se echó a reír. ¡A reír!


–¿Alguna vez alguien te ha acusado de ser capaz de venderle hielo a un esquimal? –le preguntó él.


–Me parece que tú hace mucho tiempo que no ves hielo.


Él se rió generando un sonido delicioso que encendió su cuerpo. Quería... Y, al parecer, él también porque le agarró las manos con más fuerza, como alguien que necesitara asegurarse de que eso no era solo un mero capricho.


–Paula, sabes que no puedo hacer promesas.


–No estoy pidiéndote promesas.


–Pero estás ofreciéndote a venir a mi cama.


–Esa es una frase muy antigua y suena lasciva. Sabes que yo no soy lasciva.


–Lo sé. Y sé qué obsequio me estás ofreciendo. Paula, un hombre tendría que ser mucho más fuerte que yo para resistirse.


–Creo –dijo casi con un susurro– que tienes que hacerlo un poco mejor. No voy a irme a la cama con un hombre que actúa en contra de su voluntad por mucho que yo lo desee. Quiero que me desees. Quiero que pienses que podríamos vivir algo maravilloso si logramos olvidarnos de nuestras inhibiciones durante unos meses. Creo que sí, que podría darte mi corazón, y puede que en cinco meses vuelva llorando a casa, pero cuando esté sentada en mi mecedora en una residencia de ancianos estaré pensando «Guau, aquello fue alucinante» y pensaré que tú también tendrás puesta una sonrisa en tu rostro arrugado y desdentado.


–¿Desdentado?


–Pasará antes de que te des cuenta. Eres un poco viejo.


–¡Hey!


–Digo lo que pienso –dijo sonriendo–. Y ahora te digo que te deseo más que nada en el mundo y que si pudieras desabrocharte esa armadura un poco...


–¿Y desabrochar algo más?


–Eso es. Si me deseas.


–Te deseo –contestó y su sonrisa se desvaneció a la vez que le agarraba las manos con más fuerza–. Ahora mismo te deseo tanto que es como si hubiera un vacío negro que no supiera cómo llenar. Paula, no sé nada del amor, no me preocupo por nadie, soy un solitario, pero tú... Solo tengo que mirarte y...


–¿Se te encogen los dedos de los pies? –le preguntó esperanzada y él se rió; fue una carcajada encantadora que resonó por todo el valle.


La atrajo hacia sí y la abrazó contra su pecho apoyando la barbilla en su pelo. Y ella no dijo ni una palabra, aunque le costó. ¿Podría desearla ese hombre?

No hay comentarios:

Publicar un comentario