lunes, 16 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 2

Había conocido a hombres como aquél: Hombres altos, anchos de espaldas, con caderas estrechas y piernas musculosas, vestidos con jerséis de cachemir y pantalones de diseño que resaltaban todas sus cualidades masculinas. Pero aquello ya lo conocía y no había tenido buenas experiencias. Paula siguió girando sobre sus tacones mientras él se dirigía a un mostrador de bebidas, tras el que se sentaban una chica y dos chicos, bien parecidos todos. Al pasar a su lado, quiso dirigirse a él, para presentarse o para gritarle por haberse retrasado tanto, pero, cosa extraña en una mujer que se ganaba la vida hablando, no pudo encontrar las palabras. Desde luego, había conocido hombres como aquél... ¡Pero ninguno de ellos olía tan bien! Aquel dulce aroma a canela y jabón la hicieron sentirse atraída hacia él, como si tirasen de ella con una invisible correa... Sintió un temor muy real de estarlo mirando con la boca abierta. A pesar de que le costó un instante recordar por qué lo detestaba tanto, por fin lo consiguió. El hombre que en aquel momento se apoyaba sobre el mostrador y atraía todas las miradas, tanto de la chica como de los chicos, no era más que una materialización física de la oposición a todas sus convicciones. Había estado prometido tres veces en los últimos siete años, y Macarena había sido la tercera. Por un momento se preguntó qué habría hecho ella para ganarse una alianza de matrimonio al lado del enorme diamante del anillo de compromiso, pero fuera lo que fuera, no había durado. Paula era una abogada poco habitual en su campo, los divorcios. Era una defensora del matrimonio y hacía todo lo que estuviera en su mano para liberar a sus clientes de matrimonios infelices, con la intención de darles la oportunidad de que pudieran encontrar la felicidad al lado de otra persona.


—¿Está bien, señorita Chaves? —preguntó Roberto, sacándola de repente de sus pensamientos.


—Sí, desde luego —se había ganado el guiño divertido que le dirigió Roberto.


—Su pedido está listo. Le he puesto también un platito dedulces.


—Gracias, Roberto.


—Macháquelos, señorita Chaves.


—Será un placer, Roberto.


Paula tomó la bandeja y se giró, buscándolo, pero Pedro había desaparecido. Supuso que ya estaría en la sala de reuniones. Mientras cruzaba la recepción, decorada con modernos sillones y mesitas vanguardistas, se aferraba igualmente a su aversión por aquel hombre y a la bandeja cargada de bebidas ardientes. Para calmar aquellos nervios no bastaría con acariciar el cristal de ágata y empezaba a pensar que tendría que tragárselo para notar algo de energía positiva y efecto calmante.


Pedro se equivocó dos veces de camino: La primera acabó en una guardería y la segunda en una especie de clase de cocina. Si no hubiera sido por todos aquellos hombres y mujeres vestidos elegantemente con cuadernos de notas bajo el brazo, no habría creído que estaba en un bufete de abogados. A pesar de la buena impresión que le había causado aquel lugar, tenía otros asuntos más urgentes en los que pensar. Llamó con los nudillos a la puerta abierta y entró en la sala. Ariel se levantó de un salto y casi se le echó encima:


—Ya era hora, chico.


—Lo siento. Creía que no iba a llegar nunca.


—No eras el único que lo pensaba —rió Ariel.


Un ruidito atrajo la atención de Pedro.


—Reconozco ese sonido —dijo, dándose la vuelta para buscar su procedencia.


Era Macarena. También reconocía el significado del tableteo. Rodeó la mesa hacia ella, la tomó de las manos para ayudarla a levantarse y la besó en las mejillas.


—Llegas tarde —dijo ella.


—Me he entretenido con Catalina —le dijo—. «Tenía» que llevarla a la guardería —era casi verdad.


—Tú y esos niños. Pasabas más tiempo con ellos que conmigo. Sabes que es por eso por lo que estamos aquí hoy, ¿Verdad?


Él sabía que era verdad y le entristecía que todo hubiera acabado de aquella manera.

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