lunes, 30 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 33

Aquello iba contra las normas que se había impuesto a sí misma y que había seguido durante demasiado tiempo. Cuando supo que él sentía lo mismo que ella, cuando vio el mismo deseo reflejado en sus ojos, supo que no había escapatoria posible. No sería ella la que dijera que no. Se apoyó en la puerta, que estaba justo tras ella, y la cerró con un significativo clic. Paula tomó la escoba de la mesa, alineó la bolita de papel con el vaso de plástico que hacía las veces de hoyo y se preparó para golpear, separando los pies calzados con tacones de aguja y haciendo que su corta falda escalase aún más centímetros por sus muslos. Golpeó y falló por un montón. Pedro recogió la bolita de papel y fue a ponerse ante ella.


—¿Puedo? —dijo, alargando la mano hacia el supuesto palo de golf.


—Como quieras —respondió ella con voz grave.


Pedro se colocó tras la espalda de Paula y dejó caer la pelota de papel ante ella. A Paula se le puso la piel de gallina al sentir la caricia casi inocente de sus pantalones contra sus piernas desnudas. Él recorrió sus brazos con las manos hasta sujetar las de ella con las suyas. Estaba en sus brazos de nuevo. Estaba tan cerca de él que podía sentir los latidos de su corazón, casi tan rápidos como los suyos.


—Tienes que poner las manos más abajo —dijo él su— surrándole al oído—. Relaja los brazos.


¿Acaso bromeaba? Hubiera necesitado un tranquilizante para elefantes para relajarse en aquel momento.


—¿Así? —dijo ella bajando un poco más las manos e inclinándose para estar más cómoda.


—Perfecto —su voz era más grave y el delicioso sonido no dejaba de reverberar en su cabeza—. Ahora toma aire.


Así lo hizo.


—Mira el hoyo.


Sus cabezas se giraron al tiempo hacia el vaso de plástico.


—Ahora mira a la pelota, swing hacia atrás, ahora hacia delante. No pierdas de vista la bola hasta que oigas el plop, el sonido perfecto que indica que la pelota ha entrado en el hoyo. Se atraen profundamente y quieren estar juntos. Están muy lejos, pero sólo necesitan un empujón, una ayuda para unirlos.


Paula golpeó y la bola se deslizó por la moqueta hacia el vaso hasta que se encontró con una imperfección de la moqueta que la desvió en el último momento. Pedro echó a reír.


—La teoría parecía buena.


—Yo te he creído —dijo Paula, volviéndose para mirarlo.


Sus rostros estaban a unos pocos centímetros uno del otro y ella aún seguía envuelta en los brazos de Pedro. Toda su atención se centró en el pulso acelerado de su propio corazón y en la tentación que le suponían aquellos labios suaves y dispuestos ante ella. Paula sintió su cuerpo rotar. Pedro la estaba girando en sus brazos muy lentamente, para que estuviera totalmente frente a él. Una aguda voz en su cabeza le dijo que se apartase, pero fue aplastada por otra voz que le decía que no lo dejara escapar. La fría y calculadora Paula lo había controlado todo hasta hacía un minuto, y tal vez poco después volviera aparecer, pero aquella era la Paula impulsiva que quería echar a volar. La puerta de la oficina se abrió y ellos volvieron la cabeza en la dirección de la que venía el ruido. La silueta de un hombre se recortó contra el umbral.


—¡Cariño! —dijo el hombre—. ¡He vuelto!

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