miércoles, 18 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 7

Paula llegó al portal de su edificio hacia las diez de la noche. Había pasado la tarde con un grupo de recién divorciados, con mujeres maltratadas y maridos engañados, con una mujer a la que había consolado y con otros dos que la habían sorprendido con la noticia de que ¡se habían prometido! Eran personas serias que buscaban relaciones serias, y sabía de esas cosas. Entró en el viejo ascensor, cerró las puertas y soportó el viaje interminable hasta el último piso del edificio. Los chirridos rítmicos del ascensor le recordaron que en un atípico arranque de sentimentalismo, había elegido aquel piso por el precioso ascensor restaurado: Desde entonces había tenido que soportar su lentitud y las averías periódicas. ¡Aquello le serviría de lección! Al llegar a casa escuchó los mensajes grabados en el contestador. Sus padres habían dejado un «Hola» a dúo. No podía recordar la última vez que había hablado sólo con uno de ellos. Eran una pareja entregada el uno al otro, aún profundamente enamorados después de treinta perfectos años. Ella los llamó, sujetando el teléfono entre el hombro y la barbilla, mientras se preparaba algo de comer.


—Hola, mamá.


—Hola, cariño. Te hemos visto hoy en la tele, en la conferencia de prensa. Con Macarena Hockley. Parece adorable. ¿Sabes si sigue haciendo esos vídeos de aeróbic?


Paula mordió una rama de apio.


—Los hacía antes de casarse y los hizo mientras estaba casada, así que no veo por qué no habría de seguir haciéndolos.


—Qué bien. Había pensado comprarle el siguiente a tu padre por Navidad. Parece que no le importa hacer ejercicio si tiene una cara bonita delante que le diga cómo tiene que hacerlo. Y creo que ahora le permitiría cualquier cosa con tal que le haga bajar su nivel de colesterol.


Paula colocó su improvisado picnic sobre la mesita redonda de la cocina.


—¿Has llegado a conocer a su marido?


—Sí.


—¿Y es tan impresionante como dicen en las revistas?


Sus pensamientos se perdieron en el recuerdo de él saliendo de la oficina. La imagen se había difuminado a lo largo del día, pero ahora las palabras de su madre le hacían imaginar a Pedro cruzando un establo, con una herramienta en la mano y la piel brillante por el sudor... Tuvo que golpearse la mejilla para apartar aquella visión de su mente.


—Pues en mi opinión no es para tanto.


Su madre calló un momento y Paula esperó que no hubiera apreciado el tono forzadamente desinteresado de su voz. Su madre no necesitaba mucho más que eso para empezar a pensar cosas de lo más extrañas. Por suerte, no pareció notar nada.


—Bueno, me alegro de que todo te haya ido tan bien, cariño.


—Gracias. ¿Está papá por ahí?


—Está en el otro teléfono escuchándonos, cariño. Cómo no.


—¿Qué tal, papá?


—Bien, teniendo en cuenta que tu madre ya no deja que coma patatas. ¡Patatas, fíjate!


—Imagínate que te peleas con ella. Te pondrá a régimen de pan y agua.


—¡Pan! ¡Ja! Ya me había prohibido el pan mucho antes de que las patatas se convirtieran en el alimento maligno del mes.


—Bueno —interrumpió la madre de Paula—, sólo queríamos decirte que te hemos visto en la tele, cariño. Mis compañeras de cartas se quedarán de lo más impresionadas. Buenas noches, preciosa.


—Buenas noches, mamá. Buenas noches, papá.


Paula colgó, impresionada al ver que la imagen difusa a cámara lenta del hombre super atractivo se convertía en Pedro, el impresionante granjero sudoroso. ¡No! No era de esas mujeres que se vuelven locas por una sonrisa encantadora. Ella era mucho más fuerte que todo eso y tenía planes muy concretos para su futuro que no tenían nada que ver con perder la cabeza por un hombre como aquél. Estaba segura de que, como sus padres, no se casaría hasta que estuviera segura de que iba a ser para siempre. Y aquel hombre cambiaba de mujer como de sombrero... Por suerte era cliente de Ariel, no suyo, así que no parecía probable que volvieran a encontrarse. Sintió pena por la siguiente señora Alfonso.

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