miércoles, 25 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 22

 —Creo que te puedo recomendar a una colega mía, en otro bufete, que está especializada en adopciones.


—Muy amable de tu parte, pero estoy decidido a tener mi propia familia —dijo él, después de haberse detenido un instante a considerar sus palabras.


—Eso está bien, excepto por el detalle de que todas esas mujeres estaban desprevenidas...


—Nada de eso.


—¿Cómo?


—Que no le oculté a ninguna de ellas cuáles eran mis planes.


—Muy bien. Tal vez fueras entonces en el orden incorrecto, que se supone que es el amor, matrimonio y luego los niños.


Él entrecerró los ojos y la miró. Aunque ella sentía que habían avanzado bastante, no le conocía lo suficiente como para entender aquella mirada, oculta, ensombrecida. Contuvo el aliento y su pulso se ralentizó.


—Perdona mis dudas —dijo él, por fin—. Me ha llevado un momento convencerme de que he oído la palabra «Amor» de los labios de una abogada de divorcios en lugar de «Beneficio económico mutuo»


No se esperaba aquello, pero le siguió la corriente.


—Por supuesto que el matrimonio debe estar basado en el amor. Debe ser sólido, firme y valioso —Paula volvió a acelerarse— . Pero supongo que creerás que eso del amor es un término creado para vender el día de San Valentín.


Pedro se inclinó hacia delante, apoyó los codos sobre la mesa y la cabeza sobre los nudillos. Sonreía divertido.


—Oh, eso no lo sé. Lo que me ha impresionado ha sido la parte de «Sólido, firme y valioso» Creo que el amor es un infierno acelerado e inesperado que te agarra del cuello y te mete en un remolino de sensaciones.


Con él, aquello parecía posible. Y demasiado apetecible. Paula tragó saliva.


—Siguiente pregunta —dijo él, y ella le agradeció la vía de escape.


Tenía un millón de ellas, pero había una que no podía esperar.


—Ayer te fuiste de la reunión porque tenías una cita... —tal vez no fuera muy profesional, pero tenía que saberlo.


Una sonrisa empezó a juguetear en los labios de Pedro.


—¿Eso ha sido una pregunta?


—Ya te dije que no quiero estar perdiendo el tiempo, y si ya tienes a alguna presa esperando.


Aquello cada vez sonaba menos profesional, pero ¿cómo podía ser profesional delante de un plato de patatas oyendo conversaciones de bar?


—Créeme, no hay ninguna presa.


—De acuerdo —dijo Paula, mordiéndose el labio inferior—. No hay presa, ni novia, ni proyecto... ¿Con quién habías quedado?


—No hay nada de eso. Sólo yo y la inmensidad del futuro. Y cada martes a las tres hay cita obligada con mi sobrino y su equipo de fútbol australiano de la liga infantil.


Paula se quedó callada. Casi.


—¿Habías quedado con tu sobrino?


—Se llama Lucas —dijo Pedro—. Es el hijo mayor de mi hermana Luciana.


Sacó su cartera del bolsillo trasero y Paula echó un vistazo a la fotografía de tres preciosos críos en los brazos de su orgulloso tío.


—Tiene diez años. El siguiente es Danielito; es terrible. Y la pequeña es Catalina, que tiene cuatro años, y me recuerda mucho a tí.


Pedro se recostó en su asiento, y la miró con una sonrisa tan llena de afecto que la echó contra el respaldo de su silla. «Profesionalidad, Paula, profesionalidad»


—Puedo asegurarte, Pedro, que ¡Hace mucho tiempo que no llevo petos rosas!

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