miércoles, 4 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 49

Pedro cerró los ojos.


–De acuerdo, lo siento –se apresuró a decir Paula–. Sé que en todo esto hay más cosas de las que se ven. Cerraré la boca.


–¿Eres capaz de cerrar la boca?


Ella lo miró y un destello iluminó sus ojos.


–Tal vez no –admitió–. Pregúntale a mi familia. Me tratan como si fuera una mosca pesada, por mucho que me espanten, siempre vuelvo a revolotear delante de su cara. Pero aun así me quieren porque soy una monada de chica y cumplo con mi trabajo, como ahora. Esta mañana una de las yeguas del cercado de arriba parecía algo cansada. No he visto que tenga nada malo; me imagino que se habrá raspado con una piedra o algo así, pero tengo que examinarla de nuevo esta noche. Voy para allá ahora.


–Te acompaño –dijo sin apenas darse cuenta y ella se quedó sorprendida.


–Estaré zumbando a tu alrededor todo el rato.


–No me importa que lo hagas.


–¿Me prometes no espantarme a tortazos?


–No.


Ella sonrió.


–Vale, estoy acostumbrada a esquivarlos. Yo zumbo y tú me espantas. Una relación celestial entre jefe y empleada. Es más, puedes llevar mi equipo por si necesito atender a la yegua. Perfecto.


El sol estaba poniéndose, la noche era cálida y tranquila y se quedaron en silencio. Al contrario de lo que había prometido, Paula no estuvo zumbando a su alrededor como una mosca pesada y eso la preocupó porque no era su estilo, era una inconformista, razón por la que durante toda su vida había intentado solucionar el conflicto que existía entre Gonzalo y Delfina y su padre, a pesar de que nunca lo había logrado. Ahora tampoco estaba logrando nada. En todo caso, Pedro parecía más distante aún. Estaba en su derecho, pensó, esforzándose por ser justa. Por mucho que Nicolás necesitara una figura masculina en su vida, ella no podía forzar la situación y la expresión de Pedro cada vez que lo intentaba... Estaba empezando a pensar que haría más daño que bien. Por eso ahora estaba callada, caminando a su lado e intentando concentrarse en los suaves sonidos de la noche, en los pájaros posados en las ramas, en las ranas del riachuelo, en los grillos quejándose porque el calor se estaba disipando. No funcionó. Estaba totalmente centrada en ese hombre que llevaba a su lado. En su dolor. Porque era dolor. Esa noche por primera vez había entendido claramente su negativa a ayudar a Nicolás. No era egoísmo, sino una dolorosa seguridad de que su ayuda podría no servir de nada. Podía acosarlo eternamente y quejarse por el imperativo moral de ayudar, pero ¿Entrometerse en su dolor? Además, no conocía todos los datos, al igual que le había pasado con la relación entre los mellizos y su padre. El mundo era un lugar complicado. La carta de su hermana la había descolocado, la había hecho sentir inseguridad sobre su familia y precisamente por ello sabía que no podía seguir forzando a ese hombre.


–Hace como cinco minutos que no dices nada –comentó él finalmente–. ¿Estás enferma?


Ella sonrió, absurdamente aliviada ante sus ánimos de bromear.


–No, solo disfruto de la noche. Crecí adorando todo lo que hacía referencia a los caballos. Mis padres me enviaban a campamentos de verano, a ranchos donde podía montar. Gonzalo, mi hermano, también solía venir. No estoy segura de que le gustaran los caballos tanto como a mí, pero sí que le gustaba alejarse de la relación que tenía con mi padre. Como era más mayor, los dueños se fiaban de que me cuidara cuando salíamos a montar. Para una niña que vivía en Manhattan aquello era lo mejor, estar con mi caballo y mi hermano mayor. Pero claro, había más niños y los monitores siempre mirando. Aquí, por primera vez en mi vida, me siento libre y es fantástico. Ojalá pudiera traer aquí a Gonzalo para que lo sintiera también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario