viernes, 13 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 68

Lo acompañó, ¿Cómo no iba a hacerlo? El viento se hacía más fuerte por minutos y estaba diluviando mientras ahí fuera, en alguna parte, había un niño solo. Cuando llegaron a su casa, Brenda estaba en el porche, abatida, como si pudiera encontrarlo solo con mirar hacia la tormenta.


–No ha sido culpa mía –dijo antes de que ellos pudieran decir nada–. No puedo quedarme con él. La casa solo tiene dos habitaciones para los niños y no puedo pedirles a mis hijas que compartan la suya. No estaría bien. Pero tenemos que encontrarlo. Los servicios sociales dicen que le encontrarán una casa de adopción.


–Suponemos que se ha llevado a Pegaso, ¿Sabes si lleva algo más encima?


–Creo que se ha llevado el equipo de acampada de su padre, pero no la tienda, el saco de dormir. Lo he comprobado. Y también falta comida en la despensa. Voy a matarlo. De todas las estupideces...


–Primero vamos a encontrarlo –le dijo Pedro bruscamente–. ¿Has llamado a la policía?


–¿Por qué iba a llamar a la policía?


«Porque ha desaparecido un niño en medio de esta tormenta», pensó Paula. Pedro se mantuvo en silencio, mirando muy seriamente a Brenda. Y entonces...


–Estará en la cascada –dijo lentamente–. Si se ha llevado equipo de acampada... Seguro que pretende meterse en la cueva.


A Paula se le paró el corazón al recordar aquel día y a Nicolás buceando a través de la cascada, explorando la cueva y pensando cómo entrar sin mojarse. Estaba fascinado. Pero el día que habían estado allí no había llovido mucho recientemente; ahora, sin embargo, una cortina de agua cubría el cielo.


–Si intenta quedarse ahí dentro cuando la lluvia... –Pedro se detuvo y salió corriendo hacia el coche–. ¡Quédate con Brenda y llama a la policía! –bramó.


–Brenda puede llamar a la policía. Yo voy contigo.


Fueron a buscar a los caballos, no había otro modo de llegar allí. El viento estaba levantándose y los caballos se acercaban el uno al otro, como buscando el modo de protegerse. No podían correr, tenían que tener cuidado con las conejeras y las madrigueras de los wombats que podían salpicar el terreno. En algún lugar de ahí arriba había un niño al que nadie quería y, mientras, la situación estaba haciendo polvo a Jack. Los caballos no deberían haber salido con esa tormenta. Paula no debería haber salido, ¿Cómo podía hacerla regresar? Pero la conocía lo suficiente como para saber que no sería posible.


–Cuando lo encontremos, me lo llevaré a mi casa –dijo Paula a modo de juramento–. No pienso dejar que lo dejen con unos padres adoptivos.


–Unos padres adoptivos pueden ser muy buenos –le contestó Pedro ganándose una mirada de pura rabia.


–Pero ellos no lo quieren ya y no hay garantía de que lleguen a hacerlo. Mi familia me ayudará. Puedo hacerlo.


–Has venido aquí para conseguir trabajo en un rancho, ¿Cómo encajará en esos planes un niño de once años?


–No encajará –respondió intentando controlar la rabia–, pero me he enamorado y eso ha cambiado las cosas.


–¿De Nicolás?


–¿A quién crees que me refiero?


–Paula...


–Si tengo que buscarme un trabajo aquí en la ciudad y conseguir un permiso de residencia, lo haré, pero si puedo llevármelo a casa, será mejor. Mi piso de Manhattan es enorme y nuestra asistenta, María, lo querrá con locura. Puedo hacer que funcione.


Decir que Pedro estaba alucinado era decir poco. Paula hablaba absolutamente en serio. Cambiaría de trabajo, de dirección, de vida por un niño al que había conocido hacía menos de dos meses. Mientras que él...

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