lunes, 9 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 57

 –Sería un honor y un privilegio llevarte a mi cama –le dijo finalmente.


–¿Y no sería divertido? –le preguntó como para quitarle un poco de hierro a la situación.


–Divertido también. Y no, no te llevaría contra mi voluntad, pero me parece egoísta.


–¿Dos adultos que se desean? ¿Qué tiene eso de egoísta?


–Supongo... Que nada. Paula Chaves, ¿Me harías el honor de venir a mi cama?


–Oh, por Dios –susurró ella antes de reírse–. ¡Creí que nunca me lo ibas a preguntar!



Cuando se despertó, Paula estaba acurrucada contra su cuerpo. Piel contra piel. Se había entregado a él la noche anterior con toda la alegría y la generosidad que poseía. Se habían tomado el uno al otro. Sus cuerpos se habían fundido una y otra vez y había sido como... Volver a casa.


Esa mañana, Pedro estaba sintiendo una paz que no había conocido nunca, que no creía que pudiera existir. Tal vez era por ese lugar. Había tenido relaciones antes, claro que sí, pero habían sido parte de la vida tensa y controlada que él se había construido en la ciudad. Sin embargo allí, en la granja que tanto amaba... ¿Amaba esa granja? Otro pensamiento más en esa mágica mañana. Había odiado ese lugar cuando se marchó de allí, pero había vuelto. Los recuerdos de una abuela que los había querido de verdad, la época en la que Candela había sido feliz. El jardín, los caballos... Había creído que la traición de su madre, la enfermedad de Candela, la brutalidad de su abuelo había acabado con todos esos recuerdos y que había vuelto solo por los caballos y porque quería estar solo, pero ahora...Ahora tenía un niño pequeño que dependía de él, que confiaba en que fuera su amigo y defensor. Ahora tenía una mujer acurrucada contra su cuerpo, y su calor y su alegría estaban echando abajo sus defensas. Paula se movió un poco, se acercó más a él y la sensación de su piel sobre la suya fue suficiente para quitarle el aliento, para hacerle pensar solo en esa mujer, en esa calidez, en ese amor. ¿Amor? Eso no iba con él. No. De eso no sabía. Ahora lo único que sabía era que ella estaba en sus brazos, acercándose a darle un beso de buenos días, rodeándolo por el cuello y besándolo con tanta intensidad que todo lo demás se desvaneció y allí solo quedó ese momento, esa mujer, esa felicidad. Era suya. 


Se sentía cálida, saciada, deseada. Se sentía amada. ¿Durante cinco meses? ¿Cómo podría sentir eso por ese hombre, dormir con él cada noche y marcharse, sin más, al cabo de cinco meses? «No pienses en ello. Cinco meses son una eternidad. Cinco meses es tiempo suficiente para que sucedan milagros». Y un milagro había sucedido. Ese gran y huraño susurrador de caballos estaba haciéndole el amor con toda la ternura que podía, con todo el amor que ella había esperado, con una pasión que no sabía que pudiera existir. Estaba amándola y ella lo estaba amando a él. Todo lo demás no importaba. En esos momentos todo en lo que podía pensar, todo lo que podía sentir, todo lo que podía saborear y desear era Pedro.

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