viernes, 6 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 53

Ella estaba tendida en la cama, mirando al techo y pensando. Pensando, pensando y pensando. Pensando, por extraño que pareciera, en su familia. En su padre, que había intentado preocuparse por sus hermanos, que lo había fingido, pero que no lo había logrado. Pensando en Pedro, que intentaba desesperadamente no preocuparse por nadie... Y que tampoco lo estaba logrando porque sabía que ya estaba interesándose por el niño desde que le había ofrecido enseñarle y dejarle ir a la granja siempre que quisiera. No podía obviar que a ojos del niño era todo un héroe, pero al dar ese paso quedaba expuesto otra vez y volvería a sufrir. Ya debía de estar sufriendo en esos momentos. ¿Cómo podía dormir? Seguía mirando al techo y pensando, pensando... Tantos pensamientos que le iba a explotar la cabeza, pero solo podía pensar en él. La carta de Delfina... Sí, en eso sí que podía pararse a pensar. Le apetecía subirse a un avión y abrazarla, pero... ¿Dejar a Pedro? No. Encendió la lamparita de noche y les escribió unos largos emails a Gonzalo y a Victoria. La carta que Delfina le había enviado había sido lo suficientemente larga, considerada y cariñosa, una muestra de lo muy unidas que habían estado siempre, pero ¿habría podido escribir otras dos cartas igual de largas, consideradas y cariñosas? Se decidió a escribir, solo para asegurarse de que sus hermanos se enteraban absolutamente de todo lo que Delfina le había contado. Solo para decirles que los quería, porque eso la ayudaba a llenar el vacío que quería ocupar con Pedro. Envió los e-mails, pero no la ayudaron a conciliar el sueño. Su familia. Pedro. «No pienses en él». ¿Y si contaba estrellas? Tenía que ser mejor que nada. Allí el cielo de noche era sobrecogedor, aunque el porche impedía que pudiera ver las estrellas desde su ventana. Por eso, al final acabó poniéndose la bata que tanto le había costado limpiar después de la primera noche allí y, ataviada con ella, se movió por la casa en silencio, y más en silencio todavía al pasar por delante de la puerta de él. Salió al porche y allí se encontró con él. Pero Pedro no la oyó y, por un instante, ella se quedó en silencio. Le pareció que lo más sensato sería irse, ¡Irse ya!, pero no estaba siendo sensata. Esa noche tenía algo especial. Ese hombre tenía algo especial. Cuando tenía dieciséis años un chico le había partido el corazón y se había pasado días andando por la casa como un alma en pena hasta que su madre había mantenido una seria charla con ella.


–Paula, es la época de tu vida en la que tienes que divertirte. Es el momento de hacer amigos más que de comprometerte de por vida. No dejes que tu corazón se rompa ahora, no hay necesidad de ello. Algún día encontrarás a alguien especial y ya no habrá posibilidad ni de que te deje ni de que le dejes tú a él.


–¿Es eso lo que sientes por papá? –le había susurrado Paula y Alejandra había sonreído; había esbozado una extraña y tensa sonrisa que tal vez explicaba la carta de Delfina, pero...


–Claro que sí, cielo. Tu padre y yo tenemos algo especial y algún día tú también lo encontrarás.


¿Lo había encontrado ya? ¿Ahí, con ese hombre que intentaba con todas sus fuerzas no sentir nada por nadie? No podía saberlo, pero lo que sí que sabía era que tenía cinco meses para descubrirlo. ¿Empezando desde ya?

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