viernes, 6 de agosto de 2021

Duro De Amar: Capítulo 55

Suficiente. Ya no podía seguir exponiendo su corazón. Le soltó la mano y pensó que Pedro podría pedirle inmediatamente que hiciera las maletas. ¡Una empleada acosando a su jefe...! Él estaba mirándola bajo la luz de la luna y ella le devolvió la mirada con toda la calma que pudo, aunque por dentro no estuviera calmada en absoluto. ¿Qué había hecho? ¿Lanzarle su corazón en un día en el que él ya se había visto arrastrado hasta el límite? ¿Pedirle más compromisos todavía? Pedirle que la quisiera.


–¿Sientes eso... por mí? –le preguntó él con ternura, sin moverse.


–Es estúpido, ¿Verdad? –respondió y de pronto estaba conteniendo un sollozo–. Sé que no lo quieres, sé que no quieres que nadie sienta nada por tí.


Finalmente, Pedro le agarró las manos, la puso en pie y la atrajo contra su pecho.


–Paula, no puedo...


–¿No puedes qué? –preguntó acercándose un poco más a su cuerpo, asombrada ante su atrevimiento, asombrada de adónde estaba llevándola su cuerpo–. Me parece que definitivamente sí que puedes.


Él se quedó inmóvil. Pensó en ello. No se apartó.


–Si no me importaras, te llevaría a la cama ahora mismo –dijo finalmente y ella sintió que a Pedro se le aceleraba el corazón y pensó que ese era el único lugar en el que le gustaría estar en ese momento.


–Creía que no sentías nada por mí.

–Ese era el plan. Pero una loca veterinaria después y...


–¿Quién está loca?


–Tú –le respondió suavemente contra su pelo–. Paula, hoy con Nicolás... No estoy seguro de que te des cuenta de lo mucho que eso ha supuesto para mí y ahora tú me dices que me quieres.


–Lo sé –le susurró–. Es demasiada presión. Debería haber ido poco a poco, sonriéndote en el desayuno, tal vez grabando nuestras iniciales en las puertas del establo, enviándote una tarjeta de San Valentín... Oh, espera, el de este año ya ha pasado, así que aún queda tiempo para eso. Lo siento, Pedro, pero no puedo esperar. Me tienes ahora.


–¿Y qué se supone que voy a hacer contigo?


Paula se apartó de él.


–No tienes por qué preocuparte. No soy una mujer de las cavernas que va por ahí con un garrote y que te arrastrará hasta mi guarida. Creo que he dicho más de lo que es sensato. Creo que debería retractarme. ¿Deberíamos empezar a llamarnos «Señor Alfonso» y «Doctora Chaves»?


Se sentía humillada y Pedro no dejaba de mirarla.


–¿Paula?


–¿Qué?


–Lo único que quería decir es que no sé cómo esto puede funcionar a largo plazo –dijo agarrándole las manos otra vez–. Hice una promesa y la hice en serio. Me dije que jamás volvería a sentir nada por nadie porque eso causa dolor. Pero sí, hoy han pasado toda clase de cosas o tal vez pasaron hace un mes cuando llegaste aquí, aunque estaba demasiado ciego para verlo. Me parece que, me guste o no, siento algo. Me guste o no, te deseo –respiró hondo–. Te deseo en todos los sentidos.


–Entonces... –comenzó a decir Paula como si casi tuviera miedo de respirar–. ¿Estás diciendo que te gusto aunque eso vaya en contra de tu voluntad? ¿Has leído Orgullo y prejuicio?


–En el colegio, pero...


–Pero no has vuelto a pensar en ello porque lo consideras literatura para chicas –dijo en tono cordial–. Así que no aprendiste la lección de Mr. Darcy y aquí estás, te gusto en contra de tu voluntad. Pues tendrías que replanteártelo porque Mr. Darcy se llevó su merecido y lo mismo puede pasarte a tí.


–No lo entiendo.


Paula comprendió que debía explicarse porque, aunque tenía cierto orgullo, deseaba a ese hombre más que a nada en el mundo.


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