domingo, 28 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 54

Algunas noches ella habría jurado que había dormido entre sus brazos, pero él nunca estaba en la cama cuando ella se despertaba, así que sólo le quedaba preguntarse si habría soñado con esa sensación de seguridad y calidez.

Una noche de la tercera semana, ella salió del baño y lo encontró en la cama.

—¿Qué haces aquí?

—Esta es mi cama, ¿no? —dijo él, enarcando una ceja.

—Quiero decir, ahora. Normalmente no vienes a la cama tan temprano.

—Hoy es distinto.

Había algo distinto en él... sus ojos brillaban triunfales. ¿Triunfo sobre qué? Y entonces se dio cuenta.

—¿Dónde está la silla de ruedas?

—Ha desaparecido.

—¿Puedes andar? —casi estaba gritando.

—Tengo que usar un bastón, pero es un progreso, ¿no?

—¡Sí! —gritó, y se lanzó sobre la cama para abrazarlo en un gesto de alegría sin límites—Puedes andar. Sabía que lo conseguirías.

—Con el incentivo adecuado, un hombre puede hacer milagros.

Ella sonrió con ojos llorosos.

—Oh, Pedro...

No sabía cuál había sido su incentivo, pero le estaba eternamente agradecida.

—Podríamos celebrarlo, ¿no?

Paula recordó la celebración del primer progreso de Pedro y sonrió. Aquel beso había marcado el cambio de su relación. ¿Estaba pensando lo mismo? Por el brillo de su mirada, apostaba a que sí.

—Sí -dijo ella suspirando.

Él la dejó besarlo durante unos minutos, permitiendo que explorara sus labios con la lengua. Era delicioso; por fin iba a dejarla participar. Ella le acarició el pelo con los dedos y lo besó con mayor profundidad.

Él gimió contra sus labios mientras sus manos tocaban posesivamente sus pechos. Ella se arqueó ante sus caricias, loca de amor por su logro y porque la dejara acariciarlo.

Recorrió su cuello con los dedos y él tembló, dejando claro el poder que ella tenía sobre él por primera vez. Aquella reacción le dió confianza, y colocó ambas manos sobre su pecho ardiente. Había deseado hacer aquello desde hacía mucho tiempo, y ahora podía sentir el rápido latido de su corazón y la dureza de sus masculinos pezones con sus dedos.

Ella quería tocarlo por todas partes, y sus manos bajaron más y más hasta acercarse a la parte más misteriosa de su cuerpo, que ella no había visto aún. Nunca había visto a un hombre desnudo y quería ver a Pedro. Su marido.

Entonces sus manos la agarraron de las muñecas como esposas:

—¡No!

—¡Quiero tocarte! —dijo ella, sorprendida por la dureza de su mirada.

—Es mejor que sea yo quien te toque, tesoro.

No, no y no. Quería estar a su altura.

—¡Por favor!

Él la ignoró, bajando la cabeza para atrapar su boca en un beso incendiario ante el que su cuerpo reaccionó quedando casi inconsciente de placer, pero una pequeña parte de su cerebro no dejó de funcionar. Él no quería que lo tocara. ¡No quería que lo tocara!

—¡No!

Sus ojos se abrieron de golpe, sorprendidos.

—¿Por qué no me dejas tocarte?

—¿No te basta que te de placer, tesoro? —preguntó el con voz grave.

—No —dijo ella mientras su corazón se partía en pedazos.

—¿Cómo puedes decir eso cuando tu cuerpo está ansioso de placer?

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