viernes, 5 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 45

Fue el viento lo que despertó a Paula. Sabía que cuando empezaba a correr aire gélido y fuerte por la noche, el viento se asentaría sobre la montaña.

«Por favor, no dejes que esto arruine nuestro plan. No dejes que alguien salga herido».

Avergonzada de su pequeña plegaria, se acurrucó en el saco dispuesta a aguantarse el miedo con tal de no bajar de nuevo al campamento base.

Cuando sintió que la tienda se sacudía de nuevo, Paula decidió no seguir ahí. Se sentó y sacó medio cuerpo del grueso saco. Buscó a tientas el frontal y lo encontró.

Estaba intentando ponérselo cuando notó un nuevo ruido en el exterior de la tienda. Reconocía el sonido de la cremallera que se atascaba a veces y había que dar un tirón. Había alguien fuera de su tienda.

¿Estaban intentando rescatarla? ¿Tan mala era la situación?

Siguió tratando de colocarse el frontal a oscuras y, cuando encontró el botón de encendido, se levantó aunque se puso a maldecir porque no se encendió la luz. Cuando finalmente funcionó, la luz la cegó. Rápidamente, dirigió la luz hacia la entrada. A pesar de ver puntitos rojos por el contraste, distinguió un fornido brazo blanco y la luz se reflejó en algo de metal.

Un cuchillo. Paula dió un grito al tiempo que tomaba lo primero que encontró, una bota con los crampones puestos. La fuerza con que la tiró hizo que perdiera el frontal y no logró ver a quién le había tirado la bota. En lo que tardó en recuperar la luz, el brazo había desaparecido como si hubiera sido una mala pasada de su imaginación.

Volvió a gritar con todas sus fuerzas y llena de enfado. Nadie iba a rescatarla. El viento ocultaba su pequeña voz. El rugido lo dominaba todo, incluso su grito de terror.

Cerró los dedos y trató de colocarse el frontal en la cabeza, pero ocurrió lo habitual: cuanto más deprisa más despacio. Tardó unos minutos en salir del saco y ponerse las botas. Tenía la parka bajo la cabeza. Como el intruso no se molestó en cerrar la doble puerta, no tardó en salir de la tienda. Pero cuando intentó ponerse en pie, el viento le heló la garganta. Se dobló para protegerse de los lengüetazos heladores del viento y salió finalmente. Dando tumbos entre las rocas donde se había hecho la fogata, veía cuerpos moverse, cabezas con una luz central, como una reunión de cíclopes.

No se acercó. Lo único que quería era encontrar a Pedro. No podía alejarse de su tienda y menos dejando una luz dentro. La puerta ondeaba abierta y se acercó para cerrarla, pero cayó dentro.

Suspiró aliviada al ver el anorak rojo de Pedro. Quien se hubiera acercado a su tienda no podía haber sido él. Hasta ese momento, no había admitido que cuando vió el cuchillo llegó a su memoria el momento en que Pedro y ella se conocieron y más atrás, el momento en que Delfina le escribió diciéndole que andara con cuidado.

Pedro, al igual que Rei, estaban apoyándose con su cuerpo sobre los clavos que sujetaban la tienda al suelo, amenazada con ser arrancada por el viento. Ambos la miraron desde la tienda y Paula pudo oír la risa de Pedro mientras sacaba la pierna.

El suelo de la tienda estaba cubierto de sacos de dormir y otros artículos de acampada. Envoltorios de dulces salían de una bolsa de basura como si hubieran estado celebrando una fiesta a la que Paula no estaba invitada.

Pero una mirada a su expresión aterrorizada, y la risa de Pedro desapareció.

—¡Paula! ¿Qué ocurre? ¿El viento ha destrozado tu tienda? Este viento es aún más fuerte que el del Ama Dablam.

Ignorando el desastre que había en el suelo, pasó por encima de todo y echó los brazos a Pedro.

—Alguien ha intentado entrar en mi tienda.

—Teddy, cariño, debe de ser un error. Todos los porteadores están comprobando que las tiendas no salgan volando. La mayoría están reforzando las piedras que las sujetan al suelo.

—¿Y necesitan un cuchillo para eso? Sólo ví un brazo blanco, pero ningún rostro. La mano llevaba un cuchillo pero desapareció cuando encendí la luz. ¿Por qué? No le he dado motivos a ningún porteador para tener miedo de mí.

—¿Estás segura de que no estabas soñando? Tal vez una de las historias de Rei y Lucas sobre el yeti te ha jugado una mala pasada y el raído del viento no haya hecho sino intensificar el sueño.

Paula tembló de ira. ¿Cómo podía dudar de ella de esa manera?

—¡No era un yeti, ni un sueño! Era un hombre. Ví su brazo… y su mano enguantada sosteniendo un cuchillo.

—Ya te he oído, pero nadie va vestido de blanco. Así no podríamos reconocerlo en la nieve —dijo él acercándose más—. ¿Quieres pasar el resto de la noche aquí con nosotros? Puedo hacer que unos porteadores ocupen tu tienda y sostengan los clavos. Saldrá volando si sólo tiene el contrapeso de tu mochila y tus accesorios femeninos.

—No. Y no tengo accesorios femeninos, no que yo sepa. ¿Y sabes lo que te digo? Que al demonio lo que piensen los demás. Quiero que vengas a mi tienda conmigo. Tu peso es lo que necesito dentro de ella. Mi tienda no es tan grande como ésta.

—Cuando Lucas venga a relevarme, te llevaré a tu tienda. Espero que los porteadores la hayan asegurado para que dure hasta entonces.

Paula dejó escapar un suspiro angustiado, como si la tormenta girara dentro de ella.

—Estupendo. Me siento más segura teniéndote a mi lado.

—Escucha. Deja de tratarme como si fuera un héroe. He hecho lo que haría cualquiera. No hay nada heroico en ello —dijo Pedro tomándola por los hombros—. Si quieres ser útil, busca un lugar que necesite refuerzo y apóyate en él antes de que Lucas vuelva y nos vea. Sólo un momento de flaqueza y nuestros esfuerzos de las pasadas semanas no habrán servido de nada.

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